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Imaginaos un 'Cinco horas con Mario' a la afgana. Es lógico que la condición de la mujer en un país que niega sus derechos más básicos se despliegue como un monólogo interior, que toma forma delante del cuerpo inerte de un hombre que simboliza la represión, el machismo, la humillación. Es el único momento, cuando el hombre calla a la fuerza, en el que la mujer puede rememorar en soledad su aislamiento, su insatisfacción sexual, sus deseos secretos. La interpretación de la actriz iraní Golshifteh Farahani resulta especialmente convincente en su sensualidad oprimida, pero la puesta en escena del film es demasiado pulida –demasiado europea– para no delatar las intenciones didácticas. El entorno, la primera línea de guerra que ocupa la casa donde se desarrolla la acción, pierde importancia demasiado pronto, y el peligro y la amenaza de las tradiciones culturales afganas acaban por ser un fuera de campo en exceso lejano porque no lo sentimos como una imposición sobre un discurso que, a día de hoy, es tan necesario como obvio.