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Misericordia

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3 de 5 estrellas

La dramaturga de origen uruguayo Denise Despeyroux retuerce el género de la autoficción en busca de sus raíces de niña exiliada

Misericordia se llamaba el barco en el que salieron muchos uruguayos hacia España huyendo de la dictadura militar. Allí viajaba la propia Denise Despeyroux, que poco más tarde, ya con ocho años, volvió a Uruguay en un avión que fletó el gobierno socialista de Felipe González para que todos los hijos de exiliados pudieran pasar la Nochevieja con sus tíos y abuelos.

La obra busca todo el rato retorcer lo real y lo inventado

Este episodio personal es el punto de partida de una obra en la que Despeyroux tiene un alter ego en escena, Darío, interpretado por Pablo Messiez, aunque da la sensación de que algo de ella está igualmente en las dos hermanas de Darío, Delmira (Natalia Hernández) y Dunia (Marta Velilla), así como en el cuarto personaje de la comedia (porque comedia es, aunque pellizque de vez en cuando), Dante (Cristóbal Suárez), el amigo de Darío. Sí, todos los nombres empiezan por d, no es casual, igual que la preeminencia del color amarillo corporativo del Centro Dramático Nacional en la escenografía. 

La obra busca todo el rato retorcer lo real y lo inventado sin disimular que está jugando con el género de la autoficción, hasta el punto de introducir las palabras de uno de los autores que más ha profundizado en esta modalidad narrativa y dramatúrgica, el también uruguayo Sergio Blanco. De la misma manera, el texto está lleno de referencias a profesionales en activo del teatro como la propia Despeyroux, que se introduce como personaje, el propio Pablo Messiez, que habla de sí mismo desde el personaje que interpreta, o Pablo Remón y Andrés Lima, así como entresijos de los teatros públicos españoles y su funcionamiento. Todo esto forma parte del universo de Darío y Dante, pero probablemente será tan ininteligible para el público "normal" como los misterios de la cábala que explica Denira o los secretos de la dieta cetogénica de los que habla constantemente Dante. 

Uno querría saber más de esa niña que vemos en pantalla, la propia Despeyroux

Porque la obra promete ser una aproximación a la realidad de los exiliados a partir de la experiencia personal de la autora, pero termina siendo una ensalada de temas mezclados que son resultado de un desarraigo no solo geográfico, sino emocional e intelectual, una búsqueda del sentido de una vida que lo mismo se agarra al videojuego (muy loca la escena Final Fantasy, y no digo más para no destripar nada) tanto como a la fisiología de la alimentación, como a la cábala para estar más en contacto con las raíces judías de la familia. Y en medio de todo, el teatro, ese faro del deseo propio que nunca termina de brillar bien.

La obra se hace un poco larga, es irregular en el ritmo y uno querría saber más de esa niña que vemos en pantalla, la propia Despeyroux entrevistada con ocho años por una televisión australiana, esa niña con los ojos llenos de inocencia y preguntas que no acierta a formular, porque no termina de saber qué diablos está pasando con su vida.

Escrito por
Carlo Ferri

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