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Las tensiones belicosas y paranoicas que vertebran un filme como 'Objetivo: la Casa Blanca' surgen de una actualidad geopolítica convulsa, escalofriante (la enésima crisis nuclear con Corea del Norte, los atentados de Boston...), es decir, los últimos coletazos de la Guerra Fría y la nueva amenaza del terrorismo. El filme, dirigido con notable habilidad para Antoine Fuqua, explota esta sensación de inseguridad, de miedo, a la vez que la intenta aliviar mediante abundantes dosis de testosterona y violencia, destinadas a exaltar este sentido del heroísmo tan típicamente estadounidense. Fuqua sabe muy bien cómo materializar visualmente los fantasmas de la audiencia, evocando los ataques terroristas del 11-S y fantasías anticomunistas tipo 'Aurora roja' (John Milius, 1984), todo de una vez. Haciendo gala de una mentalidad justiciera propia del Lejano Oeste, 'Objetivo: la Casa Blanca' es una fiesta para los amantes del 'actioner', salpimentada de humor (tonto) y impactantes 'set pieces'. Pero no nos engañemos: resulta ideológicamente nociva.