¿Qué hacemos con Maisie?

Lo que sabe Maisie lo sabemos nosotros. Es el gran descubrimiento de esta libre adaptación de una novela de Henry James: hacer un Kramer contra Kramer desde la perspectiva de una niña de seis años, manteniendo la altura de la cámara a la de sus ojos. Maisie mira y calla, vuelve a mirar y se adapta, mira más y espera, y en todo momento los directores juegan con su comprensivo silencio, con su madura empatía, para que el espectador desee que tome una decisión. La sutileza de la interpretación de Onata Aprile contrasta, eso sí, con la poca sutileza con la que se dibujan los padres –egoístas, celosos, menospreciables– y los padrastros –afectuosos, juguetones, guapos y adorables–. Se agradece que no haya grandes dramas, que no se busque la lágrima fácil, pero el aspecto de película para suplementos dominicales –tiene un público objetivo de clase media-alta, o alta a secas– le quita un poco de fuerza a la mirada limpia y triste de Maisie.