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Dicen que la venganza es un plato que se sirve en frío, pero, en lo que respecta al espectador, ser testigo de algo así le debe de hacer hervir la sangre. Paco Plaza es del todo consciente, porque factura un thriller hipertenso, que se retuerce sobre sí mismo como una serpiente venenosa. Que 'Quien a hierro mata' utilice el negocio de los narcos gallegos como telón de fondo no significa que pretenda denunciar una realidad social, porque la integra como un elemento detonador de una trama oscura como el carbón sobre de qué hablamos cuando hablamos de maldad. Plaza sabe sacar provecho de un escenario insólito (una residencia de ancianos), filma una redada policial con una energía escalofriante y se recrea en los aspectos más sórdidos de un relato con más puntos de giro que una peonza. De ahí, tal vez, provienen los problemas de este eficaz entretenimiento: abusa de los 'deus ex machina' y de la suspensión de la incredulidad.