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Es la típica película que de entrada da una pereza agónica, pero que luego ves que no está tan mal. Es el último 'blockbuster' escandinavo, rodado como una versión enfriada de las nuevas comedias francesas, y trata de un señor muy huraño que quiere suicidarse, colgándose de una cuerda de tender, y que en los últimos minutos antes de exhalar el último aliento ve pasar su historia por delante.
La cámara se acerca, vemos su cara roja, hinchada por la falta de oxígeno, en primer plano, y en el umbral de la muerte abre el baúl de los recuerdos. Podría ser una precuela de 'El abuelo de 100 años que se escapó por la ventana' de Jonas Jonasson, gran fenómeno de la literatura de aeropuerto de los últimos años.
La fórmula no engaña a nadie. Sin embargo, mantiene la lógica del relato fragmentado con una agilidad que es menos obvia de lo que parece, basculando entre pasado y presente.