Muy acertado este espejo, que nos coloca ante nosotros mismos y la necesidad contemporánea de pertenecer a un colectivo, de reclamar nuestra debilidad, de despertar compasión... Quizá un mecanismo infantil para sentirnos amados o aceptados, pero desde luego muy peligroso. “No hay nada que me dé más miedo que una víctima”, dice uno de los dos personajes que interpreta Jesús Noguero. Y tiene razón.
Porque de esta obra se sale reflexionando. Ignacio del Moral destila sabiduría y humanidad en la construcción de las piezas. No hay ni maniqueismos ni juicios de valor gratuitos. Lo que sí hay es un cuestionamiento sólido de la figura de la víctima, una posición ¿impuesta externamente? ¿Buscada individualmente? Tanto en la primera pieza como en la segunda, las víctimas no son lo que deberían ser, o lo que ellas mismas se figuran que son. Resuenan acontecimientos recientes, atentados, abusos... y cambiamos la perspectiva. Es lo que tienen los espejos.
Qué decir de Jesús Noguero, aparte de que es un imprescindible. Construye fino y con credibilidad, aunque quizá la energía que imprime a su segundo personaje, una vez se revela quién es, fuese más apropiada para un espacio de mayores dimensiones. Eva Rufo es comedida en la primera pieza, pero en la segunda está inmensa. Brillante, rotunda y fascinante, con un personaje del que queremos más desarrollo donde sea, como sea. Eduardo Vasco ha apostado por una escenografía mínima, muy acertada, un espacio sonoro que también firma más que ajustado, y por una referencia a lo especular que llega a la propia disposición del público.
Quien quiera ver un trabajo con enjundia, debería encaminarse a la sala Princesa del María Guerrero. Porque la actualidad no está solo en lo directamente mediático: esta ficción va más allá de lo documental para permitirnos un espacio de reflexión sobre las dinámicas sociales contemporáneas. Y qué es eso, sino teatro del bueno.
Texto: Ignacio del Moral. Dirección: Eduardo Vasco. Reparto: Jesús Noguero y Eva Rufo.