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La vida es sueño

  • Teatro
  • 4 de 5 estrellas
  • Crítica de Time Out
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Time Out dice

4 de 5 estrellas

¿Recuerdan a Islandia en la última Eurocopa, cómo celebraba sus victorias? La selección revelación del 2016 entonaba un cántico con ritmo y coreo de 'We will rock you', pero de raíces vikingas, con el que hacía vibrar a todo el país. Pues Teatro del Temple parece que tenía ganas de hacer un "¡¡¡Uh!!!" visceral, ancestral, con esta lectura contemporánea de 'La vida es sueño'. Qué difícil conseguirlo...

Difícil, porque de entrada el Bellas Artes se le queda pequeño a una propuesta que pide aire, distancia, profundidad, recorrido, cielo... No sabemos si la escenografía está pensada para un espacio de estas dimensiones o no, pero lo cierto es que, a pesar de la inteligencia con la que genera alturas y delimita espacios, la sensación es de abigarramiento, algo que se acentúa con una iluminación de colores saturados que pinta permanentemente la niebla del escenario. Ese sueño de Segismundo rodeado de una mezcolanza de trazas tribales y contemporaneidad debería, por la propia propuesta de dirección, desprender testosterona, estrógenos y sangre, y cuesta, cuesta cuando el espacio es posiblemente lo contrario a la adrenalina pura.

También cuesta, en ocasiones, por la particular y arriesgada elección de Segismundo. José Luis Esteban, excelente actor, tiene en ocasiones reminiscencias clownescas, posiblemente no buscadas ni trabajadas. Estamos hablando de un matiz en la prosodia, un gesto retrasado o adelantado en segundos, una mirada... Detalles imperceptibles, pero que desembocan en un Segismundo singular, menos bestia salvaje, más inseguro, poco vikingo y que puede provocar una risa (cómplice, diegética) del público. Quien sí parece haber entendido el código sin fisuras es Alfonso Palomares, un Clarín excepcional.

Lo que sí merece una mención especial es el espacio sonoro, realizado en directo por el músico Gonzalo Alonso y que funciona como un actor más. Hace audible y expresivo el silencio, al contrario que en una producción habitual, gracias a ese remedo de ausencia de sonido que es una música constante, a veces rítmica, a veces atmosférica, que Alonso mantiene durantecasi el 90 % del espectáculo.

En definitiva, una versión bien ejecutada e interpretada, que necesita una casa en una nave industrial habilitada para teatro. Seguro que ese "Uh" que parecen buscar allí sale sin esfuerzo.

Escrito por
Pilar G. Almansa

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