Cuenta la leyenda que Garry Winogrand salía todos los días con su Leica bajo el brazo, un objetivo gran angular y diez rollos de Tri-X. No en vano le llamaban 'el príncipe de las calles'. Pero él no quería fotografías como las que hacían los demás: buscaba su propio encuadre (a veces 'torcido', no lineal, a veces con un maravilloso gran angular). Corrían los años cincuenta y, de esta manera, se convirtió en el padre de la fotografía callejera, en el gran retratista de Nueva York desde entonces hasta los ochenta.
De ahí que esta retrospectiva en la Fundación Mapfre sea una de las más esperadas del año: gracias a Winogrand, nos sentimos en las calles estadounidenses (Nueva York, Dallas, California...) de la segunda mitad del siglo pasado. Queremos estar ahí. Entre esas mujeres que caminan juntas con su look sesentero (por favor, esos peinados, esas minifaldas) por Los Angeles; en ese lago de Austin junto a esa bañista desnuda; entre esas chicas que cotillean (maravillosamente) en un banco en el parque. Lo estamos.