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Detrás del “está celoso” o “anda chipil” hay una historia más compleja o al menos así lo plantea esta animación que juega con el rol del hermano mayor y la llegada de un nuevo integrante a la familia. Tim tiene siete años y debe ceder en cuanto a compartir el amor y la atención de sus padres con su nuevo hermanito, pero ese no es el problema mayor, el conflicto se acentúa cuando descubre que detrás de ese bebé hay una mente perversa.
A partir de esa premisa, el cineasta Tom McGrath (Madagascar, 2005) deambula entre dos universos; el de lo terrenal, a través de la dinámica de la familia –los retratos fotográficos, las reuniones con amigos–, y el fantástico, que es el que nos permite entender la verdadera misión del bebé en la tierra: es líder de una compañía que procura mantener en los niveles más altos la cantidad de amor que reciben los pequeños en pañales. Entre ambas realidades se crea un puente gracias a la complicidad desarrollan Tim y Bebé.
Si bien la historia atrapará a los niños, los elementos encargados de enganchar a los adultos serán los momentos cómicos, la nostalgia por la infancia y las pedradas sobre la vida godín –cortesía la vida alterna de Bebé. La empatía que lograrán tanto chicos como grandes permitirá que todos entiendan los mensajes sobre no construir prejuicios a lo desconocido y también sobre los logros de trabajar en equipo.
El filme tampoco defraudará en cuanto a lo visual. La animación en CGI cuida a detalle la luz y el volumen de todo lo que vemos en pantalla, lo que da la impresión de mayor profundidad. Un jefe en pañales es ver una fusión audaz e inteligente de Mira quién habla también (Amy Heckerling, 1990) y la serie Baby Follies (1993) pero con unos personajes que parecen abstraídos de las postales de precious moments –en una versión remasterizada–.