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Hablar de esta película es hablar del rostro de Juliette Binoche, con las mejillas siempre humedecidas, la sonrisa luminosa, los ojos llenos de lágrimas. Interpreta a una mujer que quiere amar y ser amada, sin segundas intenciones, y es la mezcla perfecta de la chica de 'El rayo verde' de Rohmer, que buscaba consuelo en los últimos colores de una puesta de sol, y la Gertrud de Dreyer, que después de haber renunciado a todos los amantes se cerraba en una celda de piedra desde donde escribía aquel epitafio que todos deberíamos grabarnos a fuego. 'Amor omnia'. Todo es amor.
Claire Denis, la dama punk del cine francés, mano a mano con Christine Angot, escribe una historia sobre la verdad de las emociones al natural. Filma la espalda pecosa, desnuda, de la protagonista con la misma voluntad cartográfica con la que recorría el cuerpo de los vampiros de '35 rhums' en las escenas de sexo, y con la que se acercaba al músculo palpitando en el brazo de Denis Lavant al final de 'Beau travail', cuando empezaba a sonar 'Rhythm of the night'. Pero aquí lo hace solo para mostrarnos unos sentimientos que se mueven bajo una piel tan fina que incluso diríamos que transparenta.
Y luego está la virtud de la paciencia, compartida por dos elementos. Por un lado, la Binoche, que duda y vacila, sin llegar a encontrar la palabra exacta, esperando una réplica que nunca llega. Por otro, una cámara de una amabilidad infinita, que nos convierte en cómplices de su llanto. Sería un terrible error pensar que estamos ante un personaje débil. Tal vez hayamos encontrado a la mujer más preciosa del mundo, en todos los sentidos posibles. Y eso nos debería hacer inmensamente felices.