Una casa de comidas con sabores lejanos, aunque no tanto. Casa Mùi es un discreto rincón del sudeste asiático en la zona de Hispanoamérica que atesora encanto por sus platillos originales y bien presentados. Mestizo y casero, sin pretensiones, con esa gracia que hace afición ya que vale para gente de oficina, colegas y familias no gritonas, y desde luego para foodies exploradores.
Alberto Álvarez contagia simpatía siendo el que manda. Un venezolano que cocinaba los curries y las sopas de Sudestada, credencial de prestigio que hizo que se corriera la voz tras abrir Casa Mùi en 2021, aprovechando las gangas de alquiler postpandemia, "cansado de darlo todo en muchos sitios". Su primer rodaje en Madrid se dio en el mítico peruano El Inca de la calle Gravina. Daría luego sus tumbos hasta que Estanis Carenzo lo recibió en Sudestada para empezar al día siguiente una aventura de cuatro años en aquel restaurante de inmensa resonancia y dos más en Chifa como jefe de cocina. Después recaló en Asiana Next Door con Jaime Renedo, y por último en Sala de Despiece. Poco a poco, el barrio se está poniendo gastronómico y a Casa Mùi, en la calle Puerto Rico, le debería venir bien. “Tengo un perfil de cliente muy bueno, gente que está agradecida de tener en el barrio algo nuevo y distinto sin tener que ir al centro”.
Con una carta corta, un local pequeño y una cocina más pequeña aún –en primavera tiene operativa una socorrida terraza–, Alberto desarrolla una “cocina del sudeste asiático fusionada con buena materia prima mediterránea, española, y con un toque latino”. Está bien que su procedencia tenga presencia: “En Venezuela se come mucho umami, estamos acostumbrados a esta mezcla de ácido, salado, dulce”. Por ahora, y aunque Alberto se resistió en un principio, permanece el menú del día para complementar la carta. Mientras Casa Mùi esté por esta zona residencial no lo puede quitar. Cambia semanalmente y por 15,50 euros ofrece a lo mejor dumplings o rollitos vietnamitas frescos –los recomienda más que los crujientes– y pollo con salsa satay o cerdo al wok, más bebida, postre o café.
Pero una jornada cualquiera apetece ir más allá. Sobresale de la primera parte de entrantes el escabeche filipino de bonito, con tomate raf y verduras, una manera muy acertada de unir culturas y de mojar brioche. También las berenjenas Furikake, con salsa agridulce de naranja y sésamo negro garrapiñado, un plato bonito y original que mejora las típicas berenjenas con miel de toda la vida. Y el Bimi, una fusión espontánea de brócoli y espárrago que, una vez crunchi, Alberto adereza con soja, AOVE y shichimi togarashi. De los principales, los favoritos del chef son las codornices, la hamburguesa de cordero marinado con jengibre, lemongrass y galangal, y el curry rojo. El pad thai de gambón es incorporación de última hora. Las codornices Szechuan a la plancha resultan más latinas que orientales gracias a un potente adobo de ají molido, tomillo fresco y pimienta de Sichuan. Y el curry rojo de carrillera de cerdo, con guisantes, equilibra el guiso con la melosidad de la crema de coco y el punto perfecto de picante, aunque demanda algo más de mejunje para bañar la chicha y el arroz.
Otras opciones pasan por los fideos crujientes con salsa de cacahuete, el curry verde de corvina con fumet de cangrejo, o el asado negro, ternera estofada con salsa de jengibre, anís y alcaparras. Los postres se quedan algo atrás, con alguna tarta casera como la de maracuyá, la de tres leches o la crème brûlée, y helados variados.
No va mal la lista de vinos para salirse de la rutina, con algunos generosos por copas y alternativas apetecibles como el Impressionant Orange, de Bodegas Puiggròs, el Ca'n Verdura Negre o el Lomba dos Ares, de Fedellos do Couto en Ribeira Sacra. No obstante, el viaje por el Sudeste Asiático invita más a refrescar el paladar con cerveza thai, vietnamita y, exótica a su modo, la segoviana artesana La Granja de Goose. Lo dicho, menos postres y más lúpulo y agripicante.