Lo último de Sr. Ito o, lo que es lo mismo, del tándem Iban González y Sergio Monterde es esta pequeña taberna japo-cañí que aúna como pocas la idea de bar de toda la vida, a la española, muy castizo, y algunas de las especialidades de las izakayas niponas. Todo con esa vuelta gamberra que todos los espacios del grupo (y van cinco) tienen.
En su más pequeño retoño, cual auténtica tasca, sobre una contenida barra y escasas mesas estalla todo el color al que nos tienen acostumbrados con un “twist”, si cabe, más cañí. El flamenco de fondo y los platos que decoran sus paredes, creados en exclusiva por el artista Carlos Villoslada y combinados con piezas de cerámica tradicional y lámparas de cristal, sumergen en ese ambiente en el que, ya de primeras, nada defrauda.
Enciende el paladar su chispeante piparra de pez limón, encurtidos y katsuobushi. La ensaladilla rusa, con centollo y salsa XO, se apura con pan de gamba y el bocata de calamares, no podía faltar, aquí se denomina bao aunque el pan es más un híbrido entre brioche y donut. ¿Estrellas? Sin lugar a dudas las gyozas de rabo de toro con salsa de anguila ahumada y chipotle en compañía de un gazpacho asiático (con kimchi) que está de pedirse como plato. Ricas y delicadas, asimismo, las de marisco sobre fondo de pescado coronadas con gamba dulce.
El katsu sando de costilla de cerdo asada a baja temperatura y rebozada en panko, aderezada con col, mostazas y tonkatsu, falla en el shokupan, traído a diario de obrador y que resulta algo seco. Cualquier mínimo error lo subsana un encantador personal que “disfruta de las mesas”, en palabras de Iban, y que recomienda de cine cervezas, sakes y destilados nipones para las copas. Pregunta por Robert, un crack.