Lo que era un pub irlandés de toda la vida –espacios amplios pero medio oscuros, de monótono interiorismo, refugio de gente joven y grifos de Murphy's y Guinness-, sí, de esos que tenemos en todas las ciudades… Pues ese esquinazo en la plaza del Perú se ha convertido en el penúltimo local con una propuesta de base mediterránea y alma muy viajera. En dos palabras: cocina fusión. Paipái llega para traer aire fresco al barrio. Ni rastro de sus predecesores. La reforma ha dejado luz, una viva gama cromática exterior, grandes plantas, interiorismo colonial, madera clara y grifos de la cerveza madrileña por excelencia.
Fernando Ruiz Jiménez es el nombre propio (y con rostro) detrás del proyecto y delante de los fogones. Su pasión culinaria le llevo de una empresa internacional de sistemas a la conocida escuela Le Cordon Bleu. Y de ahí se lanzó a recuperar la herencia de su abuela (papas revolconas con torreznos) para combinarla con las técnicas aprendidas (huevo crujiente a baja temperatura con parmentier de patata) y con las experiencias de sus estancias en el extranjero (nigiri de foie fresco a la plancha con salsa kabayaki) en su primera aventura hostelera.
Se apoya en un servicio simpático y agradable, sin dejar de ser formal y ajustado a las maneras de la zona. Funciona bien con la heterogénea galería de visitas. Familias completas, encuentros de amigos y cenas en pareja. Lo mismo podríamos decir de los distintos ambientes que conforman el restaurante. Han buscado la versatilidad tanto en la carta como en la distribución de espacios. Puedes alargar la sobremesa (porque ellos hacen que se esté a gusto) o puedes simplemente acomodarte en la barra para tomarte un vermut con algunos makis, un ceviche o unas croquetas. Una propuesta gastronómica equilibrada para que quepan todos los gustos. El más clásico, el que busque guisos caseros tirará por las albóndigas o el arroz cremoso con pulpo y calamares mientras el foodie del grupo no podrá resistirse a la corriente y acabará pidiendo (y hará bien) alguno de sus baos o su creación Bonito & mojito.
Y por ese camino descubrimos que en la filosofía de la casa también cabe el juego, la sorpresa… el trampantojo; ahí llegan a los postres, para quienes se atrevan a ir más allá de las contundentes torrija y tarta de chocolate, "el tomate, la morcilla de Burgos y unas patatas bravas". ¿En la bodega? Tintos bien de bastantes DO, media docena de blancos y algún espumoso para cubrir el expediente.
