José Miguel Valdivieso se ha deshecho del trabajado y trabajoso menú del día para ofrecer una cocina de raíz tradicional (paletilla de IGP cordero segureño asada al aroma de la Sagra) que mira a Asia o Latinoamerica (berenjena asada con salsa teriyaki y anchoa ahumada o boniato a la brasa con salsa de chocolate y curry), sin pudor y con buen criterio, para poner en el plato todo lo cosechado durante años en este, junto a su mujer, y otros proyectos. Y es mucho a juzgar por las sugerencias con las que sorprende no solo cada temporada sino cada vez que un producto, siempre de nivel (como ese atún rojo sacrificado por el método japonés ike jime), le inspira. Tanto que en su agradable, familiar y llano salón interior aún se sientan algunos comensales fieles que no conocen todos los fijos de su breve carta.
Una carta que además está espléndidamente regada, que se apoya con seguridad en una bodega sui generis, valiente, atractiva; aquí no hablan de denominaciones de origen sino de uvas (de uvas poco comunes como Garnacha peluda, Fogoneu, Madó o María Sancho) y cuentan con más de un centenar distintas entre sus estanterías (prepandemia organizaban catas). Productores pequeños para producciones, a veces, minúsculas. Vamos, un sólido rincón de barrio pero donde se come y se bebe distinto. Ya solo ir a picar algo a su terraza es irse con una reserva para catar platos mayores.
