Para empezar, esta no es una floristería cualquiera, es un laboratorio floral. Partiendo de esa premisa, que nadie espere encontrar aquí el típico local con jarrones repletos de flores frescas, varas de eucalipto y limonium, ni plantas a tutiplén. Orquídea Drácula no va de eso. Va de un taller de experimentación en el que su propietario, Felipe, crea ramos, jarrones y plantas personalizadas en función de los gustos e inquietudes de cada cliente.
Por eso nunca tiene nada preparado. A excepción de los pedidos de sus clientes o sus propios experimentos: unas kokedamas convertidas en satélites, unas orquídeas frescas 'momificadas' -bañadas en cera y pintadas al agua- o unos cuernos de alce enjaulados. "Son proyectos que todavía no sé cómo van a resultar. Si los tengo a la vista es para ver cómo evolucionan mis creaciones y para que mis clientes puedan verlas también".
Puede que haya a quien le parezca extraño -y eso le encanta- pero su gran apuesta son las flores y plantas pintadas, con pigmentos y pintura al agua. "Las flores no sufren porque ya están muertas", Felipe se refiera a las ya cortadas. De este modo, hace que duren incluso más, y sin ningún tipo de cuidado. "Es como un cambio de contexto". Si a eso le sumamos su carácter inquieto y creativo -viene del mundo de la moda-, sus pocas ganas de aburrirse con lo que hace y su adicción a la ciencia ficción, el cine y la música, el resultado son ramos y plantas inquietantes, en ocasiones inspirados en Eduardo Manostijeras, Alien o Metallica, por qué no.
Perturbador sí. Pero romántico también. Lo que nunca será es bucólico. "A no ser que me lo pida el cliente", claro. Lo dicho, pura personalización con mucho carácter y nada de aburrimiento.
