Reseña

Kinki

4 de 5 estrellas
  • Bares y pubs | Coctelerías
  • precio 2 de 4
  • Conde Duque
  • Crítica de Time Out
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Time Out dice

Cócteles, techno y lo que surja. Atravesar Malasaña de noche tiene un nuevo plan: Kinki. La gente de Antídoto Club se ha hecho con un local contiguo a la eterna Sala Siroco con la valiente idea de meterse en el discurso de la coctelería. Al que han sido ajenos hasta ahora, ellos que vienen de la promoción cultural y el clubbing. Su universo de tendencias urbanas y nuevos ritmos, agitado por fauna callejera en festivales o referencias dancefloor como Cápsula y Hot Link, se abre ya a beber margaritas y negronis. Sin dejar de moverse un segundo. ¿Síntoma de madurez?

Armando Noya y Aitor Iturrarte fundan Kinki y lo inauguran el pasado marzo para proponer una experiencia inmersiva de diseño, música y cócteles que gira alrededor de un mismo espacio que lleva la firma del diseñador Jesús Carmona con la ayuda de Carles Pinyol. Entras y de golpe te topas en una sala rectangular con la pieza central y casi totémica: una estación de coctelería con la cabina de DJ integrada y diseñada a medida por Wok Inox. Nada más salvo algún taburete y mesita a juego, cero distracciones. El acero se funde con las paredes desnudas del mismo tono gris. Limpieza y crudeza a partes iguales. Al fondo, una segunda sala para quien quiera tomar un respiro y asiento.

“Todo pasa alrededor, lo que sucede es maravilloso”, nos cuenta Pablo, uno de los encargados de Kinki, sobre esta forma de interactuar. “Llevo 25 años en la noche y no lo vivía desde el Gatsby de Castellana, 40. La gente baila, se conoce, habla. En las discotecas estábamos perdiendo esa esencia”. Querían un club más manejable, mezclar el formato boiler room con la coctelería. Confirma este mood Luca Bonsigniori, desarrollador de marcas de destilados pero también habitual de estas otras mezclas, alguien que ya ha pinchado en Kinki: “Todo el mundo gira alrededor del bartender y del DJ. Te pegan codazos, te salpica el limón en el plato… Es pequeño pero se crea mucha energía”. El coctelero y el que impulsa el trance rompen la barrera y dejan de estar fuera de la movida.

A primera hora la cosa no pasa de entrar y salir. Hasta las 23:00 suele ser así de chill, momento en el que poco a poco se llena de público directo a la fiesta. El DJ llega en torno a esa hora los fines de semana. Suele sonar techno comercial mientras el techo que ilumina la estación cambia de color y Kinki se convierte definitivamente en club. Con aforo para 51 personas, control a rajatabla.

“Aquí los cócteles no solo se beben, se contemplan”, reza una parte del ideario del proyecto. Lo cierto es que hay una apuesta también muy visual en el menú de bebidas y que prolonga la imagen minimalista y al mismo tiempo de contraste. Juan supervisa las creaciones que ya han sido producidas previamente y almacenadas en lotes para agilizar el servicio, tal y como ahora es costumbre en la mayoría de coctelerías. Se nota la intención de atreverse con un concepto evolucionado además de apegado a las tendencias: matcha, té lapsang, frutas tropicales, técnicas como el milk wash… En el apartado autoral, todos parten de clásicos y hits masivos, desde un mojito a un gimlet. Si en el apartado más básico, el espresso martini se ofrece tal cual, en el primero tiene su vuelta: cordial de milkpunch de café con leche y cordial de pandam. 

Salen sobre todo el Goldstar Martini (versión de un pornstar), el más dulce por el puré de maracuyá, la vainilla y el agua de coco, y el Silver Mule, una refrescante copa larga de ginebra, pepino lacto, albahaca y ginger beer (ambos por 12 €). También su Paloma de Bronce (14 €), curiosamente de los que aporta mayor protagonismo alcohólico por sumar whisky ahumado al tequila. En el Bronze Fashioned (12 €) se pierde algo el amontillado y el mismo whisky en la intensidad del plátano. Se beben todos con facilidad, no estamos en un bar para bartenders sino para amateurs entusiastas que encontrarán ligero el Rubi Negroni, su negroni caribeño con ron cubano y piña, además de miso. Un cóctel con más empaque es Margarita del Sol (14 €), con tepache de piña, mango y chilly. Su final picante pide unas patatas o una gilda que no encontrarás aquí. Preparan varias opciones sin alcohol, bastante trabajadas, como el Matcha Jade (10 €), con Seedlip Grove, cordial de matcha y sisho, y zumo de uva.

Toca reconocérselo a los promotores, más de recintos grandes pero aficionados a beber tragos de moda. Estamos ante un lugar efectista que encaja para eventos privados, presentaciones de marcas y cumpleaños de influencers. Impresiona verse dentro de su estética industrial de garaje. Un diminuto Berlín nuestro.

Detalles

Dirección
San Dimás, 3
Madrid
28015
Transporte
San Bernardo (M: L2 y L4)
Horas de apertura
Mi. y Do. 19:00 a 00:00 Ju. a sa. de 19:00 a 03:00
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