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Sin duda, la de Depeche Mode, era la cita más esperada de la noche. De la que podríamos entender como primera jornada del Primavera Sound en su estreno madrileño, que debió abortar la programación prevista para el jueves por la lluvia que llevábamos esperando medio año en la meseta y que, caprichosa y desafiante ella, decidió dejarse caer a unas horas de que el festival arrancara su edición.
Pero allí estábamos por fin. Con un recinto de 350.000 metros cuadrados ante nosotros, ideado para alimentar la diversión en cada rincón, dispuesto a ello, pero con parches visibles por el desastre anterior que, cuando menos, evidenciaban el esfuerzo y las buenas intenciones de la organización por retomar una normalidad que creíamos perdida. El lodazal que amenazaba ser la Ciudad del Rock se había convertido, en tiempo récord, en praderas de césped artificial que escondían el agua y el barro que todavía luchaban por salir. Así que, flotando sobre ambos y logrando obviarlos, nos concentramos en lo que nos había llevado hasta allí: la música.
Con cuarenta y cinco minutos de espera añadida sobre la hora prevista para el inicio del concierto, por fin, se hizo la oscuridad. Y ahí apareció Dave Gahan, elegante de satén y raso negro, para romperla e iluminarla con 'My cosmos in mine', uno de los temas de su recién publicado disco, 'Memento mori'. Ese era, precisamente, el pretexto de su visita a España: presentar su última obra, hacerlo acompañado de su incondicional Martin Gore que, luciendo levita de brillantina blanca con tachuelas, regaló algunos de los momentos más mágicos de la noche al frente de las traviesas teclas de 'Everything counts', el intimismo de la pseudo balada 'Home' que entonó en soledad o el imponente riff melódico de su guitarra para 'In your room'.
Y sí, aunque 'Memento mori' era el telón de fondo de esta velada sintética y vampírica, en la que Dave danzó sobre el escenario con los brazos abiertos como un ángel del inframundo, ante un nuevo repertorio que lució sobre todo en 'Ghosts again' con su misterioso videoclip respaldando desde las visuales, los ingleses saben darle a su público lo que ha venido a buscar. De ahí, que no faltara un acertado repaso a sus más de cuarenta años de incontestable carrera con canciones como 'It's no good', la maravillosa 'Precious', la enérgica y parpadeante 'I feel you', 'A pain that I'm used to', la dream 'Stripped' y la cada vez más especial "World in my eyes', atestada de artefactos synthpop que, como no podía ser de otro modo, dedicaron a Andrew Fletcher, fallecido en mayo del año pasado.
Huérfanos Depeche Mode del genio electrónico, y todos nosotros también, su ausencia sobre el escenario y en el detallismo del sonido se pudo masticar. No obstante, tuvimos delante a una banda digna y tan desmesuradamente diestra y creativa que el vacío, aunque insustituible, se saldó con un preciosista ejercicio de nostalgia y de ganas de vivir. Por eso, encaminándonos ya al final del encuentro synthpop más enigmático y bucólico que se puede presenciar, Dave Gahan y los suyos soltaron toda la artillería: 'John the revelator', que sonó, acertadamente, más techo que pop y se tiñó de naranja, el deleite electrónico de la querida y vieja conocida 'Enjoy the silence' con una extensión instrumental grandiosa, 'Just can't get enough' que hizo las veces de rave, la animosa 'Never let me down again' y, para terminar, el culmen de esta religión llamada Depeche Mode, 'Personal Jesus'.
Una auténtica boutique de sonidos, letras y sensaciones que consiguen que cada concierto suyo se convierta en una de las experiencias inmersivas más potente de la música. Y eso lo logran Depeche Mode cada vez que pisan el suelo por el que pasan. Y aunque el nuestro, esta vez, respiraba humedad, todos supimos que habernos bajado al barro esa noche fue un acierto, pues ya se quedará para siempre con nosotros.