Concha Velasco, en paz descanse, estuvo diciendo que se retiraba por lo menos diez años. Y no se retiraba. Angélica Liddell lleva tiempo diciendo que se quiere callar, que no quiere hablar más en escena. Mentira. Mick Jagger y Keith Richards no se soportan, y ahí están, a punto de darse la vuelta como un calcetín y volver a nacer para seguir llenando estadios. Las retiradas y las separaciones son una cosa muy morbosa, y Nao Albet y Marcel Borràs entendieron este negocio desde bien temprano y se hicieron un traje de gamberros posmodernos que, no por estar lleno de sietes y lamparones, ha dejado de serles útil hasta hoy mismo. Estrenaron esta obra hace 2 años y a medida que se acercaba este reestreno en Madrid, han dejado rastros de mal rollo entre ellos en las entrevistas para generar la expectativa, tal si fueran Marina Abramovic y Ulay recorriendo la gran muralla china. Pero ahora ya se sabe, porque las temporadas se presentan cada vez antes, que Nao y Marcel no solo no se separan, sino que estrenarán una ópera el año que viene… ¡una ópera! Para llevarse mal no han elegido precisamente algo fácil.
Pero bueno, dejando la deconstrucción del fake a un lado, la obra que presentan en Nave 10 no deja de ser un punto de inflexión, una obra bisagra, una paradiña, un celebrarse a sí mismos al hilo del tema del ego, de la autoficción, de la ficción de uno mismo que uno mismo se crea, construye, comparte y destruye como si fuera una colección de Zara. Parece la típica llamada a los amigos cuando quieres deshacerte de cosas que ya no te pones o que ya no usas y organizas un mercadillo o un simple tenderete y enseñas todo aquello que era guay hace años y ha dejado de hacerte gracia, a ver si alguien lo quiere. En cada prenda, en cada objeto, recuerdos asociados y nombres que devienen cameos de la memoria, poco importan si son del pasado, del presente o incluso del futuro. Porque la obra también ensaya un futuro y -sin descubrir nada- un final que busca la complicidad con el público. Nao y Marcel siempre han necesitado al público, su credulidad o su perplejidad. Es gasolina para sus ocurrencias.
Lo que también es este montaje respecto a sus obras anteriores es más barato, seguro, porque hay poco más que dos actores en escena, cuando se les ha conocido por despliegues escenotécnicos apabullantes. Parece la intención de mostrarse, por una vez, sin trampa ni cartón, como suele decirse, que ellos se lo aplicaban a pies juntillas (mucha trampa y mucho cartón) en obras como Falsestuff o en la inolvidable Mammón. Pero ojo con el vacío y los prestidigitadores. O los embaucadores. O los charlatanes que venden crecepelo. La verdad y la mentira escénicas siempre fueron un binomio muy a mano en su caja de herramientas. Con todo, lo que siempre consiguen es que sus espectáculos sean divertidos. Y en este mundo, ya se sabe, solo con la promesa de diversión se puede llegar tan lejos…