El Museo Reina Sofía salda su deuda con la creadora Marisa González con esta antológica que reconoce la trayectoria de la artista, pionera en España en la utilización y combinación de nuevas tecnologías y que, a sus 81 años, sigue activa.
Termofaxes, electrografías, fotocopias a color... eran algunas de las nuevas tecnologías en los años 70 y 80, cuando Marisa González las incorporó a su práctica artística. Un ejemplo es la gran instalación realizada con rollo de papel de colores para fotocopiadora, que nos recibe al acceder a la muestra y que parece rendir homenaje a Sonia Sheridan, profesora de González en el máster 'Sistemas Generativos: Arte, Ciencia y Tecnología' de la Escuela del Art Institute de Chicago, que marcaría para siempre su producción. Encontramos varias obras producto de esa experimentación en el departamento de Sistemas Generativos en la primera sala de la exposición.
Otro de los pilares clave de la producción de González es el feminismo. En la muestra podemos ver una de sus obras más impactantes, 'La descarga', realizada en los años 70. Consiste en una serie de fotografías que inmortalizan una performance de varias artistas que reaccionaron a una noticia sobre las torturas y violaciones de miles de mujeres encarceladas por el régimen de Augusto Pinochet en Chile.
En 'Un modo de hacer generativo' también están presentes las obras realizadas con 'guatas' o pelusas que se acumulan en la secadora. Un material azaroso y pobre que, sin embargo, posee un gran poder metafórico de nuestra existencia. En este sentido, destaca la instalación 'Cementerio', compuesta por guatas, escayolas y un vídeo.
Más adelante, el proyecto 'Ellas, filipinas', representa un sensible salto tecnológico a la fotografía digital, que la artista integra con agilidad en su obra. Este trabajo documenta la situación de desigualdad, explotación y desprotección de las empleadas filipinas emigradas a Hong Kong.
Casi como colofón final vemos la instalación 'Encapsulados', elaborada con planos, archivos, maquinaria y equipamiento informático de la central nuclear de Lemóniz, en Vizcaya, que nunca llegó a ponerse en funcionamiento debido a las protestas. La paradoja del fallo de un lugar que debía rendir a niveles óptimos es recordada por la artista en la propia obra.