Juana de Arco
Había expectación y ganas de ver lo nuevo de Marta Pazos en Madrid, una directora que ha conseguido generar un sello identitario relacionado con el color y una forma teatral basada en la creación de cuadros vivos compuestos desde una óptica plástica. La expectación ha crecido frente a las figuras reunidas al frente de un elenco femenino que sale verdaderamente airoso del empeño, pese a lo deslavazado de la puesta en escena. Ahí están Georgina Amorós, Macarena García y Lucía Juárez, cumpliendo, y ahí está Joana Vilapuig haciéndose cargo del papel protagonista, de la inocencia de la primera Juana a la contundencia de la mártir a punto de arder en la hoguera. Y ahí está Ana Polvorosa, cuyo trabajo es el que, siendo una obra muy coral en lo físico, más en consonancia está individualmente con el tono general del montaje. Es la que mejor dice los textos, sin ir más lejos. Y ahí están, con un trabajo corporal extraordinario, Katalin Arana y Bea de Paz. El problema de este montaje, o uno de ellos, es que presenta interés en cada uno de sus elementos por separado, pero el conjunto resulta una suma que no cuaja. La obra está acompañada por una composición musical que no cesa nunca, a veces como mera música incidental que parece el hilo sonoro de una sala de espera, a veces atizando las emociones que debería proporcionar la escena por sí misma, a veces reduciendo la mística medieval a una canción pop de tono naif. Las luces de Nuno Meira, como de costumbre, son una absoluta genialidad,