Time Out en tu buzón de entrada

Buscar

Muerte accidental de un acróbata

Escrito por
Álvaro Vicente
Publicidad

Desperté el sábado y ahogué un grito en la almohada tras el primer vistazo al timeline de Facebook. Era él. Mierda. Y me vino el recuerdo de esa risa suya tan contagiosa y esa mirada entre desafiante y seductora con la que me escrutaba, como examinándome para comprobar si era buen novio para su amiga. Era él. Pedrito. Qué putada.

En este mundo y en este tiempo, cualquier acontecimiento, por pequeño que sea, es susceptible de convertirse en un fenómeno global. La muerte de Pedro Aunión el pasado viernes durante su actuación en el festival Mad Cool va camino de convertirse en símbolo, si no lo es ya, de un amplio arco de cosas que van de lo peor a lo mejor, de lo negativo a lo positivo, de lo oscuro a lo luminoso, de lo infame a lo sublime. La fortuna, que no es ni buena ni mala, quiso que todo ocurriera justo antes de la actuación de Green Day y que el líder de la banda estadounidense, Billie Joe Armstrong, se haya expresado, contrariado, en sus redes, con el consiguiente impacto mundial.

“Ese acróbata valiente llamado Pedro”, que dijo en un tuit el de Green Day. Pedrito Aunión. Pedro exprimió la vida hasta encontrar la muerte. La exprimió pero mucho, no os hacéis una idea. Y se fue a lo grande, ante 50.000 personas, volando. Parece ser que no se enteró. Su forma de caer indica que él pensaba que estaba atado y la conciencia de estar muriendo puede que no le durara ni medio segundo. Eso hace el tránsito menos traumático y a los que nos quedamos aquí nos deja algo más tranquilos. A estas alturas, como dijo una amiga común, debe estar ya habitando un vientre que le lleve directo a su próxima reencarnación.

Pedrito Aunión era la vanguardia de la danza aérea. Lo que él estaba inventando y haciendo no lo hacía nadie, ni la puta Fura dels Baus. Por eso buscó sede para su compañía en tierras británicas. Allí tienen algo más de consideración con los artistas escénicos. Pedro era más que un acróbata, era más que un actor, más que un bailarín, más que un coreógrafo. El Festival Mad Cool, con todo su cartelazo de grandes nombres de la música a cuestas, era un marco inigualable para desplegar su arte. Pero su organización no estuvo a la altura, con perdón.

Más allá de si se debía suspender o no tras el fatal accidente, si se debía o no continuar con los conciertos programados al día siguiente, esta muerte ha hecho emerger supuestas irregularidades laborales que, atendiendo a algunos comunicados anónimos de trabajadores, rayan el esclavismo. Tampoco es nada nuevo, el mundo del espectáculo está repleto de este tipo de malas prácticas. La necesidad empuja a la gente a aceptar trabajos en condiciones indignas, con sueldos miserables y horarios eternos, pero más indignas las hacen todavía los empresarios cuando no te dan más de 5 minutos para cenar, o cuando ir a mear comporta un conflicto con el encargado. ¿En qué mundo vivimos?

Al margen de todo esto, Mad Cool se cubrió de gloria con el primer comunicado tras la muerte de Pedro, con el regateo de información con Green Day y con el escueto homenaje del sábado en el que volvió a sonar ‘Purple Rain’, la canción que acompañaba la actuación fatídica. Pero lo más escalofriante es la excusa de la seguridad, que se extiende como un cáncer por esta nuestra sociedad. Dejar de hacer algo por motivos de seguridad se está convirtiendo en una cantinela que aborta libertades y provoca gestiones lamentables de una desgracia, como es el caso, donde además de menospreciar a la víctima, se subestima a toda una masa de espectadores adultos.

¿Tan histéricos somos? ¿Tan paranoicos? El capitalismo y el terrorismo se retroalimentan mientras nos asfixian. Ya sé que esta es una afirmación muy rotunda y explicarla en detalle requiere un espacio de reflexión mayor. Pero ahí la dejo, para que cada cual le dé sus vueltas. Se quiere que los festivales sean cada vez más asépticos, con todo bien atado para evitar que prendan mechas subversivas, que sean pasarelas de moda y nada perturbe el desarrollo de los guiones preestablecidos en los despachos de las ticketeras. Pero siempre hay un imprevisto que pone de manifiesto los fallos que se sostienen en un profundo desprecio por lo esencialmente humano, que se da de hostias con el negocio y el show a toda costa.

En fin. El debate se irá apagando a medida que el rodillo de los titulares espectaculares vaya dejando atrás aquel 7 de julio. Las investigaciones sobre lo sucedido irán avanzando y nos enteraremos o no del veredicto final: ¿error humano o negligencia? Mientras tanto, ya hay voces pidiendo que el propio festival o el recinto que lo acogía, la Caja Mágica, añadan a sus nombres el de Pedro Aunión como homenaje perenne. Aunque, para hacerle realmente justicia, lo que habría que hacer es ponerle el nombre de Pedro a cada nube púrpura del cielo. Ya estoy oyendo una de sus brillantes y compulsivas carcajadas ante semejante moñez. Descansa en paz, Pedrito. Y que los vientos te sean propicios… eternamente.

Últimas noticias

    Publicidad