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David Trueba

David Trueba: "Me inquieta vivir en un país que no es capaz de dar salida a las vocaciones"

Cineasta y novelista, nos habla de su última película, 'Casi 40', que trata de un chico y una chica que se reencuentran después de mucho tiempo para emprender un viaje en furgoneta

Escrito por
Josep Lambies
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No es casual, aunque sí oportuno, que nos encontremos con David Trueba en la librería La Buena Vida, regentada por su hermano Jesús desde el año 2007 y bautizada así en honor al título de su primera película. Tipo cercano, de discurso pausado, con unos ojos diminutos que revolotean tras las gafas, me empieza a contar maravillas de un pequeño restaurante de esos de menú obrero, con mantel de papel y canastilla de pan en la mesa, que está justo a la vuelta de la esquina. Lo que le apasiona es esto, las historias que a la gente le acostumbran a pasar desapercibidas. Para muestra un botón: su última película, 'Casi 40', es la mínima expresión dramática. Trata de un hombre y una mujer (Fernando Ramallo y Lucía Jiménez) que se reencuentran después de 20 años para hacer un viaje en furgoneta, con un mapa de carretera y una guitarra en el maletero.

En 'Casi 40' recurres a una estructura de 'road movie', como hiciste en 'Vivir es fácil con los ojos cerrados', y en muchas de tus novelas. ¿Qué te aporta el viaje?
Cuando extraes a los personajes del entorno cotidiano destilas aquello que te interesa. Porque recortas familia, trabajo y estatus esocial. Es como que de pronto empieza un espacio de reflexión, en el que el personaje se desnuda y vuelve a vestirse. Más que un género con sus leyes, la 'road movie' es un contexto, que puede tener sus ramificaciones. Una 'road movie' pueden ser 'París, Texas' o el 'Quijote' o 'Fresas salvajes', que son historias muy distintas.

Has recuperado a los actores de la que fue tu ópera prima, 'La buena vida', que se estrenó en 1996. ¿Son dos historias que dialogan?
Los primeros que me formularon esta pregunta fueron, precisamente, los actores, Fernando Ramallo y Lucía Jiménez. Yo, en este sentido, les di total libertad. No obligaré a nadie a proyectar una película en la otra. Al final y al cabo, 'La buena vida' debe de ser una película importante para unas pocas personas que la vieron en su día, e inexistente para la mayoría. No tuvo una vida larga. Ninguna película la tiene ya, porque el mundo cultural es de destrucción y olvido.

¿Es 'Casi 40' una película generacional?
Hay elementos que vienen de 'Tierra de campos', mi última novela, en la que me metía en la cabeza de un músico de 40 y tantos años que se enfrentaba un poco a su vida y a su profesión. Siempre me ha inquietado eso de vivir en un país que no es capaz de dar salida a las vocaciones. Uno de los defectos del mundo en el que vivimos es que se ha desentimentalizado la economía. También tiene que ver con los actores. El origen de 'Casi 40' es que un día quedé para cenar con Lucía y con Fernando y me contaron que hacía más de diez años que no salían en ninguna película. 

¿Qué es lo que no funciona en la industria?
Me parece que el sistema en el que estamos es muy dañino para los actores, porque parece que solo tengan que trabajar los que están de moda o los que tienen el contrato con la cadena tal, y así se rompe con la ecología del sector. Es bueno que un director tenga capacidad de rescatar a un actor olvidado, igual que es bueno que un actor al que le haya ido bien reivindique al director con el que empezó haciendo cortos, que igual no ha tenido tanta suerte. Pero parece que todos tenemos que seguir el paso del comercio puro.

'Casi 40' sigue la gira de una cantante que actúa en espacios muy pequeños. ¿Es una manera de reivindicar esa cara B de la industria?
La película habla de una cosa de oportunidad. Las librerías, los centros culturales... Ahí hay unos presupuestos. Aquí mismo, en La Buena Vida, vienen músicos a tocar y yo veo que lo hacen felices, y que les vienen muy bien esos 200 o 300 euros para sostener su vocación. Incluso Christina Rosenvinge, que vive aquí al lado, estuvo aquí actuando una tarde, y encantada. La gente piensa que un músico es Sabina o los Stones, pero hay miles de personas que no han tenido esa relevancia y el dinero les viene bien.

La historia se explica, en gran medida, a través de las canciones que canta Lucía. ¿Qué papel juegan en la narración?
El trabajo de hacer una película o de escribir un libro consiste en disponer una serie de detalles sobre los cuales cada uno puede proyectar su experiencia. Si algo tengo claro es que no hay que cerrarle caminos al espectador. Tiene que poder entrar en la narración. Por eso cuento poco del pasado de los personajes, pero están esas canciones que nos ayudan a abrir grietas con el pasado. Y si las vamos hilando podemos reconstruir la carrera musical de ella. Los primeros temas, por ejemplo, son como un juego infantil, componiendo letras, hablando del deseo y el amor sin gran espesura melódica. Y luego hay un salto exponencial, canciones que hablan de la supervivencia en la industria, algunas que intentan pegar en lo más comercial.

¿Qué relación tienes tú con la idea de 'lo comercial'?
Es la gran dicotomía de la vida. Yo intento no ser despreciado por las grandes gentes, por la crítica y los festivales, pero tampoco quiero dejarme cegar por ellos. Y tampoco quiero someterme a la comercialidad. Lo mejor es intentar sobrevivir en ese espacio intermedio. En el mundo de la ficción hay una cierta obsesión con la acción y el ritmo, por que pasen muchas cosas. Pero yo me pregunto cuántos problemas en España se acaban resolviendo con armas de fuego. A mí me gustan las historias que pasan en notas bajas, como los cuentos de Alice Munro o las películas de Bergman, por ejemplo de 'Secretos de un matrimonio', donde siempre hay espacios compartidos por donde uno puede ir paseando con su experiencia, hasta encontrar un hueco y hacérsela suya.

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