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Collage de Amaya Lalanda
Amaya Lalanda

Madrid oculto: Ruta infernal

Escrito por
Servando Rocha
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Dicen que el toledano Cerro del Bú esconde una entrada al inframundo. Pero lo mismo sucede con el monasterio de El Escorial. Felipe II, que se rodeaba de una cohorte de magos y adivinos, ordenó levantarlo sobre otra entrada al averno.

Nuestros infiernos urbanos son más prosaicos, menos espectaculares. Claro que los árabes, que convirtieron esta misteriosa Mayrit en una ciudad invertida cuyo centro podía recorrerse mediante túneles y pasadizos, sabían mucho de esto. Sin embargo, preferimos por su cercanía lo que descubrió hace un siglo Pío Baroja, cuando en su primera juventud vivía en una casona unida a la del cura de las Descalzas Reales y la leyenda aseguraba que incluso comunicaba con el Palacio Real. Tenía unos subterráneos a los que solía bajar y de cuyas paredes podía extraerse carbón. Años después, cuando derribaron el inmueble, se descubrió un enorme agujero. Un obrero arrojó un periódico encendido, que descendió hasta perderse de vista.

Toda la ciudad está repleta de lugares de nombres inquietantes, una toponimia infernal. Tuvimos un Bodegón del Infierno en la calle Cuchilleros, donde en ocasiones por unos pocos reales los vagabundos podían pasar la noche atados a la mesa o incluso a la pared. Con los primeros rayos de sol eran despertados bruscamente por el dueño. También un Callejón del  Infierno en el que vivió el infame Cura Merino, nuestro regicida patrio, que acuchilló a la reina Isabel II, quien salvó su vida gracias a su robusto corsé tipo ballena. Hasta estuvo entre nosotros el mismísimo Anticristo, como llamaban sus contemporáneos al condestable Álvaro de Luna (único ocultista español que nombra el guionista de cómic Alan Moore).

Otros nombres invitan al desasosiego. Hasta comienzos del pasado siglo, el Rastro, a la altura de Ribera de Curtidores, estaba taponado por una hilera de casas que te conducían al funesto callejón del Cuervo, paraíso de fuleros, chamarileros y descuideros. Madrid es la única ciudad que tiene dos esculturas dedicadas a Lucifer (la estatua del Ángel caído del Retiro y la menos conocida Accidente aéreo, en la calle Milaneses), el mismo que nos vigila desde lo alto de la torre de la iglesia de Santa Cruz, donde la leyenda asegura que el pérfido Diablo Cojuelo no nos quitaba el ojo de encima y que fue la más alta de Madrid hasta la construcción del Palacio de la Prensa en Callao, cuyos cimientos forman un pentagrama. Era tan alta que decía desafiar a Dios. ¿Nuestra banda sonora? Los Diablos Negros, que en los primeros 60 aterrorizaron al marginal sur de Madrid.

Si te perdiste el anterior artículo... Nuestras Wonder Women

Collage de Amaya Lalanda con el Cura Merino y la reina Isabel

Amaya Lalanda

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