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Madrid oculto: una historia curiosa de la ciudad cada día

Gorka Elorrieta
Escrito por
Gorka Elorrieta
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El escritor Servando Rocha, editor de La Felguera, nos descubre ese Madrid escondido bajo el asfalto, camuflado en los pliegues de su Historia reciente. Un crisol de personajes y acontecimientos de lo más variopinto se dan citan en esta serie que arrancamos hoy y que hemos titulado Madrid oculto. Publicaremos un texto diferente al día. Cuando volvamos a salir a la calle, veréis la ciudad con otros ojos. Aquí os dejamos la primera entrega

La ciudad de las maravillas

Si cerrabas los ojos, entre el bullicio de una ciudad que crecía sin parar, una vez que tomabas El Cangrejo (como los madrileños llamaban al tranvía, por estar pintado de rojo), comenzabas un viaje maravilloso que te podía conducir a... París. La Parisiana fue inaugurada por todo lo alto en 1907 y destruida durante la Guerra Civil al estar en plena línea del frente, en lo que hoy es el faro de Moncloa. En aquellos años, a Moncloa se iba o a la tétrica cárcel Modelo o a La Parisiana. La Parisiana contaba con bares, restaurantes, atracciones y ofrecía conciertos de bandas de jazz (fue el lugar en que, por vez primera, actuó en Madrid una orquesta negra), cupleteras y vedettes entre un público aristocrático y bohemio donde no faltaban enfants terribles como los ultraístas, entre los que se encontraban unos jovencísimos Jorge Luis Borges y Gerardo Diego. Ambos, en enero de 1921, celebraron una velada poética que, según el primero, logró “indignar a los cretinos que nos hacen el honor de no comprendernos”. Su dueño era la Sociedad Franco-Española de Grandes Hoteles y Viajes en España y Portugal y era comparable al Gran Casino de San Sebastián o al Restaurant des Ambassadeurs de París. No muy lejos de allí, en el número 24 de Pintor Rosales, estaba el Ideal Rosales, conocido como el 'palacio de la diversión', donde a medianoche su casino se convertía en sala de conciertos y espectáculos calificados de frívolos por las autoridades.

También había otra manera de sentirse afrancesado. Otro local compartía ciudad con La Parisiana: el París-Salón, un antro en la calle Montera dedicado a las variedades que el escritor Antonio de Hoyos y Vinent describió como “teatrucho hórrido y pintoresco”, y uno de los feudos de la canalla capitalina. O el París-Theatre, en la calle Cedaceros, tumultuoso y divertido.

Sin embargo, el trayecto en el lentísimo (pero para entonces rapidísimo) El Cangrejo también podía llevarte a una pequeña Disneylandia: el Magic Park, que abrió sus puertas en junio de 1913 en el paseo de Rosales (hoy Pintor Rosales) con el reclamo de “atracciones, novedades, maravillas”. El Magic Park permitía también el escape, la distracción y los encuentros sexuales en las proximidades del parque del Oeste, que entonces delimitaba el final de la urbe. Pero antes nadie quería perderse sus maravillas: el laberinto chino o la plataforma de la risa, una montaña rusa o una pista de patinaje, entre otras. Quizás porque Madrid era otro planeta, una vez que cerró sus puertas le sucedió un negocio aún más surrealista, el Saturno Park, otro gran parque en cuya entrada había un gran planeta rodeado de anillos junto a una puerta dorada que nos conducía a las atracciones, como el famoso barco Titanic, donde podías sentir los instantes previos al famoso hundimiento. En 1924 desapareció y, en sus terrenos, se construyó el Cine Park.

Por Servando Rocha 

Collage

Amaya Lalanda

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