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Ray Loriga
©Alfredo Arias

Ray Loriga: "Todos los escritores plagiamos a otros escritores"

Hablamos con el escritor, que recuerda a un viejo rockero, por la publicación de su nuevo libro 'Sábado, domingo'

Escrito por
Josep Lambies
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Con sus andares de viejo rockero de botas moradas con tacón duro y nubarrón de nicotina en la mirada, Ray Loriga se sienta a charlar de su última novela, 'Sábado, domingo' (a la venta a partir del 21 de febrero). Se publica dos años después de 'Rendición', y repite aquello de que el optimismo es un sentimiento injustificado. Nos tomamos algunos tercios.

Por el título, podríamos pensar que el libro trata de una noche de borrachera y de la resaca del día siguiente. Pero entre ese sábado y ese domingo pasan 25 años.
Sí, es un 'Qué pasó anoche' de David Mamet pero con una elipsis muy larga, en la que ya no sabes qué recuerdas y qué te has imaginado, y tienes que recoger la memoria con pinzas oxidadas, como si fueras el forense de un cuerpo que lleva mucho tiempo muerto. Es un mismo narrador, que en un domingo de 2013 intenta recordar un sábado de 1988, y se mezclan la epilepsia y la borrachera, la tontería, la juventud y el miedo, y todo se le hace bola, como decíamos de niños cuando teníamos un trozo de carne en la boca y no podíamos tragarlo.

El protagonista tiene ataques epilépticos que le provocan episodios de narcolepsia. ¿Es un detalle autobiográfico?
Yo siempre he sido epiléptico, toda la vida, es una condición crónica que no es mortal, a no ser que te pille nadando o haciendo funambulismo. Cuando era joven una de mis películas favoritas era 'Mi Idaho privado'. Aparte de que era preciosa y de que River Phoenix estaba monísimo, contaba algo que me pasaba a mí. Yo de pequeño creía que lo de la epilepsia era algo que le ocurría a todo el mundo, pero no, un día descubres que la gente no se va quedando dormida, no se cae de narices contra el suelo, no tiembla. Entonces ves que tienes unos lapsos, un 'shock'. Una vez le conté a una neuróloga que me trataba que me sentía como un electrodoméstico desenchufado.

La epilepsia crea un blancazo que parte la novela. No voy a descubrir nada de la trama, pero ahí ocurre algo siniestro.
Mi abuela, que sale en el libro, era una buena lectora de Agatha Christie y cuando iba a su casa, como no había juguetes, leía esas historias de misterio que me encantaban. Al final, Hercules Poirot encerraba a todos los sospechosos en una habitación y solucionaba el caso. Yo le hago un homenaje, y en 'Sábado, domingo' existe esa habitación, pero todo se reduce a una sola persona. En ese juicio final no hay más sospechoso que uno mismo.

¿Qué podemos contar del crimen sin destrozar el suspense?
Empecé a pensar esta novela hace 12 o 15 años, y ahora no puede ser más de actualidad. Es algo que pudo haber ocurrido con una chica y que el narrador no fue capaz de evitar por la enfermedad, porque se quedó dormido. Y ahí está el tipo pillado en una cosa que le ha creado una sombra larga de culpa, preguntándose si fue un patán, un idiota, un cobarde.

En la primera parte, la de 1988, el protagonista es un adolescente. ¿Qué tiene que ver con los personajes de tus primeras novelas, como 'Héroes'?
Para mí era una forma de volver al principio, a 'Lo peor de todo' y a 'Héroes', donde pisaba un territorio al que no he regresado, el de la voz juvenil. Busqué una manera de recuperar esa voz, esa sensación de ser un chaval, pero preguntándome qué pensaría del idiota que fui ahora que soy un señor que se encamina a los 60. Necesitaba esa distancia, ese domingo que sigue al sábado, que es un domingo de mí mismo.

Uno de los escenarios del libro es el Vips de López de Hoyos. ¿Qué afinidad tienes con la arquitectura prefabricada de los Vips?
Decía Álex de la Iglesia que a nosotros, más que Generación X, nos tendrían que haber llamado Generación Vips. Íbamos a muchos bares distintos, pero todos coincidíamos en los Vips, con Álex, con Julio Medem... A cualquier hora podías comerte una hamburguesa. Cerraban a las 3 o las 4 de la madrugada. Había libros y vídeos, y podíamos hojear revistas extranjeras, como el 'i-D' y el 'Interview' de Warhol. Ahí había de todo, una mezcla de la noche y el día, los yonkis, los oficinistas... Se juntaban ahí Maroto y el de la moto. Era como si estuviéramos en Nueva York.

Me haces pensar en otro de los escenarios, esa fiesta de Halloween donde las mujeres van disfrazadas de Catwoman y de Lady Godiva. ¿Crees que roza lo irreal?
Tiene un poco eso que Hitchcock llamaba con gran inteligencia "la lógica de un sueño". Son situaciones reales que parecen imaginadas, como cuando en 'El hombre que sabía demasiado James Stewart' entra en la tienda del taxidermista y le atacan con un pez espada. Es un escenario enloquecido.

Daniel Jiménez publicó el 9 de enero una novela que se llama 'Las dos muertes de Ray Loriga' (Galaxia Gutenberg), donde te mata. ¿Estabas al corriente del tema?
Sí, aunque todavía no lo he leído. Sí había leído sus libros anteriores, 'Cocaína' y un libro colectivo de relatos que se llama 'Los escritores plagiaristas', que me pareció interesante, porque todos los escritores plagiamos a otros escritores, nos subimos encima de lo que otros ya han escrito, pero en general lo disimulamos porque somos unos hipócritas, y ellos en cambio lo hacían a calzón quitado. Entonces Daniel me pidió permiso para matarme en un libro, me preguntó si me daría yuyu y le dije que adelante, que me hacía gracia.

¿Te implicaste en el proceso de escritura?
Esto era un juego, un crimen a dos en el que yo era el muerto. Establecimos unas reglas. Yo le dije que no me entrometería, que no quería que tuviera la impresión de que lo censuraba. Pero sí le pregunté si podía escoger dónde morir, algo que en esta vida pocos tenemos oportunidad de hacer. Me permití el lujo de morir en el barrio de La Boca de Buenos Aires. Él se ocupó de buscar una pensión para mi cadáver.

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