Terres de l'Ebre: un paraíso entre agua dulce y salada

Un territorio fértil y auténtico donde el río, el mar, los arrozales y los senderos dibujan uno de los paisajes más singulares de Cataluña
Marco de Lara
Marco de Lara
Time Out en colaboración con Agencia Catalana de Turismo
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Hay lugares que se descubren poco a poco, con el ritmo pausado del río que los cruza. Así son les Terres de l'Ebre, un territorio al sur de Cataluña que abarca las comarcas de Ribera d'Ebre, Baix Ebre, Montsià y Terra Alta, donde confluyen la fuerza del Ebro, la belleza del Mediterráneo y un legado cultural e histórico milenario. La zona ha sido declarada Reserva de la Biosfera por la UNESCO gracias a un patrimonio natural de meandros y dunas, playas vírgenes, barrancos escondidos, pueblos con alma y senderos interminables que discurren entre viñedos, olivos y arrozales.

Les Terres de l’Ebre invitan a vivir despacio, escuchar el canto de las aves del Delta al amanecer o perderse por los caminos de la memoria histórica descubriendo los vestigios de la Batalla del Ebro. Todo ello, mientras se degusta una cocina singular, protagonizada por arroces y platos marineros, tanto en prestigiosos restaurantes de autor como en tabernas y bares populares.

Día 1: Descubriendo los orígenes

De cabeza al mar

No hay mejor manera de comenzar una ruta que dejarse abrazar por el mar. Porque aquí la cocina marinera no es solo una tradición: es una forma de entender el mundo. En puertos efervescentes como el de Sant Carles de la Ràpita o en otros como el de L'Ametlla de Mar, un pintoresco pueblo de pescadores, la actividad pesquera sigue marcando el pulso de la vida local y dando sentido a una gastronomía que es puro Mediterráneo.

Uno de los mejores lugares para adentrarse –literalmente– en el mar es Musclarium, un proyecto que invita a subir a una embarcación y navegar hasta las bateas donde se cultivan mejillones y ostras. La salida parte de la bahía de Alfacs, un lugar paradisíaco donde, entre estructuras flotantes y con el Delta del Ebro como telón de fondo, se descubren los secretos de estas delicias marinas mientras se disfruta de una copa de cava y una degustación sobre las propias aguas.

Una gastronomía singular

En les Terres de l'Ebre, la gastronomía es tan rica y variada como lo son sus paisajes. Del mar llegan productos fresquísimos y de la tierra, una huerta generosa y el arroz como emblema. Esta cocina se nutre del entorno y de la memoria, y lo hace con una naturalidad que emociona. Las paellas marineras, los guisos de pescadores o las verduras de temporada protagonizan cartas en las que el territorio habla por sí mismo.

Hay una infinidad de lugares donde se come de maravilla, y cada pueblo guarda alguna joya. Pero si se busca una experiencia que combine tradición y creatividad, una excelente opción es el Hostal Gastronòmic La Creu, que además es una buena excusa para descubrir los secretos de Móra d’Ebre, la capital de la Ribera d’Ebre. Es el lugar perfecto para celebraciones entre amigos sin preocuparse por el bolsillo y un punto de encuentro de la población local, atraída por su ambiente popular e informal.

Tras el festín gastronómico, nada mejor que un paseo por Móra d'Ebre antes de encarar la tarde. Asentada en la orilla derecha del río y dominada por los restos de su castillo templario, la localidad ofrece un recorrido por la historia, la naturaleza y las vistas fluviales. La ermita de Sant Jeroni i Santa Madrona, el convento de las Mínimas y algunas de las trincheras de la guerra civil, todavía en pie, son algunos de sus reclamos.

Miravet, historia y paisaje

La ruta continúa con una de las visitas culturales más imponentes de la zona: el Castell de Miravet. A apenas 25 minutos en coche de Móra d’Ebre, este pueblo encaramado sobre un meandro del Ebro es una postal, con casas colgando de lo alto de un cerro de 100 metros de altura. El castillo, de origen andalusí y reconstruido por los templarios en el siglo XII, es uno de los mejores ejemplos de arquitectura militar templaria de Europa. Un viaje al pasado, donde aún resuenan ecos de cruzadas, asedios y leyendas.

La visita permite descubrir no solo la historia del lugar, sino también entender cómo la orografía ha marcado el carácter y el ritmo de vida de estas tierras. Cruzar el paso del río en barca, visitar el centro de arte Joaquim Mir (también con opción de alojamiento) y descubrir los talleres de alfarería son algunos de los planes que puedes hacer en Miravet. Sus calles, devastadas a consecuencia de la Batalla de l'Ebre, invitan en todo momento a recordar la historia reciente.

En manos de Diego

Cuando termina la jornada, el territorio ofrece alojamientos con tanto carácter como el paisaje que los rodea. Desde hoteles gastronómicos a refugios entre arrozales, hay propuestas para todos los gustos y bolsillos. En Santa Bàrbara, entre olivos y cítricos, el Hotel Diego es una puerta abierta a los sabores del Delta y de la Plana del Montsià.

Ponerse en manos de Diego, fundador y alma mater del hotel desde 1991, supone estar frente a frente con un embajador de la zona, famoso por su hospitalidad, su conocimiento del terreno y la calidad de sus productos gastronómicos. Su restaurante se nutre de productos de proximidad, de pescados de la lonja de Sant Carles de la Ràpita o de verduras del huerto familiar, en una declaración de amor a la tierra y al oficio de cocinar desde la memoria. Capítulo aparte merecen las carnes de ganadería propia: el propio Diego atiende personalmente sus Wagyu y Simmentales, y ofrece productos como las baldanes, embutido típico de las Terres de l'Ebre. Por si esto fuera poco, sirve unos desayunos que tienen poco que envidiar a un menú degustación de altos vuelos, con caracoles, callos, calamares y otras delicias de la cocina local.

Día 2: el Delta a pedales

Un paisaje cultivado con paciencia

Amanece en el Delta de l'Ebre y, tras un desayuno con productos locales, es el momento de subirse a la bici. El terreno es llano, los caminos discurren entre canales, garzas y arrozales infinitos y las aves locales sobrevuelan con gracia nuestras cabezas. Aquí, el arroz no es solo un ingrediente: es el alma del paisaje, que durante siglos ha marcado la vida de generaciones de agricultores hasta nuestros días.

Una visita a Lo Nostre Arròs, una pequeña empresa familiar que abre sus puertas para compartir los secretos del arroz, permite descubrir sobre el terreno la importancia de este cereal. La experiencia comienza pedaleando entre campos inundados mientras Eva, cabeza visible de la familia, te guía y explica todos sus proyectos. Hacen cuatro tipos de arroz diferentes: bomba, marisma, carnaroli, hoishi (ideal para sushi) e integral, todas 100% puras y trazadas desde la parcela de origen. Además, Eva nos mostrará cómo funciona un auténtico molino tradicional, en una actividad ideal para hacer en familia que incluye propuestas para los más pequeños.

Hotel Delta: una parada para almorzar

Allí, en pleno corazón del Delta de l'Ebre, el Delta Hotel es otra opción encantadora para quienes buscan calma, paisaje y buena mesa. Ubicado en el pintoresco pueblecito blanco de Deltebre, un lugar único rodeado de agua donde el horizonte es un habitante más, Delta Hotel ofrece desayunos legendarios y un agradable restaurante cuya cocina se basa en el producto local de proximidad: pasan por la mesa delicias como los mejillones y las ostras del Delta, la anguila, los langostinos o los arroces kilómetro cero y para todos los gustos. Las bicicletas están siempre listas en la puerta para dejarse llevar entre arrozales. No hay que perderse su menú degustación, perfecto para disfrutar con calma en una finca preparada para cualquier tipo de evento, desde bodas hasta cenas románticas.

Ulldecona: un paseo entre olivos

Por la tarde, ponemos rumbo a Ulldecona, el municipio más meridional de Cataluña, en la comarca del Montsià. Nada mejor que comenzar con una visita al núcleo histórico, su castillo o las pinturas rupestres de la Serra de Godall, declaradas Patrimonio Mundial por la UNESCO. Estas joyas del arte levantino, con más de 8.000 años de antigüedad, permiten conectar con los orígenes más remotos de la vida en estas tierras.

Pero sin duda, una de las experiencias más singulares es adentrarse en el Museo Natural de los Olivos Milenarios del Arión, que recoge algunos de los más antiguos del mundo, esculturas vivas con más de 1.700 años. Ulldecona cuenta con más de 1.500 olivos milenarios catalogados, un paisaje cultural único que refleja la profunda conexión entre esta tierra y el cultivo del aceite. La visita guiada invita a recorrer 35 ejemplares majestuosos y finalizar con una deliciosa cata de aceites.

Una noche en Villa Retiro

Quienes buscan una experiencia inolvidable, Villa Retiro, en Xerta, propone un viaje sensorial en un entorno de jardines exuberantes, piscina bajo las palmeras y alta gastronomía de autor. Su restaurante con estrella Michelin se encuentra ubicado en una hermosa casa indiana del siglo XIX reconvertida en hotel, donde el chef Fran López transforma los sabores de su infancia —el pescado recién llegado del puerto que capturaba su padre, el aceite de oliva virgen, las verduras del territorio— en una propuesta que sabe trasladar la biografía gastronómica y sentimental del chef a los estándares de la alta cocina.

Día 3: entre vinos y aceites

El reino de la garnacha blanca

Arrancamos el día con una visita a Edetària, una de las bodegas más representativas de la Terra Alta, en Gandesa, la capital de la comarca. Joan Àngel Lliberia, su fundador, decidió volver a sus raíces tras una carrera internacional en el sector del vino, rindiendo homenaje a su familia –viticultores y enólogos desde hace generaciones– y apostando por una elaboración ecológica y fiel a la identidad local. En Edetària se trabaja con variedades autóctonas, especialmente con viñas viejas de garnacha blanca, una uva que aquí alcanza una expresión espectacular: fresca, mineral y elegante.

La Terra Alta es, además, un territorio vibrante que vive una nueva revolución vinícola de la mano de jóvenes viticultores, muchos de ellos descendientes de agricultores que han recuperado las tierras familiares para dotarlas de una mirada contemporánea sin perder de vista la tradición. Una buena muestra de este pasado vinícola es Pinell de Brai, una de las llamadas catedrales del vino, antiguas cooperativas modernistas diseñadas por el arquitecto Cèsar Martinell a principios del siglo XX que actualmente están abiertas al público. Los amantes de los orange están de suerte: aquí se han elaborado siempre, se llaman brisats y forman parte de la cultura vinícola.

Los placeres de la mesa

Ulldecona no solo sorprende por su patrimonio histórico, cultural y natural, sino también por su altísimo nivel gastronómico. Este pequeño municipio de poco más de 6.000 habitantes cuenta con dos restaurantes con estrella Michelin, algo poco frecuente fuera de los circuitos gastronómicos habituales.

Por un lado, L’Antic Molí, del chef Vicent Guimerà, que combina la experiencia Michelin con opciones a precios más ajustados, fiel al espíritu de la antigua tasca que en su día fue: mar, huerto y tierra en productos tan de aquí como (por supuesto) las ostras o las ortigas de mar, pero también los tomates, los calçots o los encurtidos desde productos de la huerta. Todo, eso sí, acompañado del aceite de oliva que define los sabores de la zona. Por el otro, Les Moles, el restaurante del chef Jeroni Castell, ubicado en una antigua cantera donde se fabricaban ruedas de molino reconvertida ahora en un espacio elegante y acogedor. Les Moles es desde hace décadas un referente de la cocina creativa en Cataluña y sabe combinar como pocos técnica, emoción y respeto por el producto local, procedente en gran parte del huerto propio biodinámico y sí, lo habéis adivinado: haciendo buen uso del aceite que ellos mismos producen en sus olivares: Oli de Sant Lluc. Nada mejor, pues, para cerrar la jornada que disfrutar de un menú degustación que transforma ingredientes del entorno en obras de arte culinarias.

Nada mejor para acabar el viaje que pasear sin rumbo por alguno de los pueblecitos que salpican el paisaje, dejarse caer por cualquiera de sus bares de espíritu popular y brindar con una copa de garnacha blanca acompañada de un pan con tomate del huerto y un buen aceite de las DOP Terra Alta o DOP Baix Ebre-Montsià.

Día 4: ¿ganas de más?

Se impone un chapuzón, y nada mejor que la icónica playa del Trabucador, una lengua de arena de casi 7 kilómetros que conecta el continente con la isla de Buda, para meter la cabeza bajo el mar. Se caracteriza por su belleza natural y por ser un punto privilegiado para la práctica de deportes acuáticos gracias a sus aguas poco profundas y a los vientos constantes.

Por otra parte, la Punta del Fangar, ubicada en la desembocadura del Ebro, es un espacio natural protegido con dunas móviles, marismas y playas vírgenes que ofrecen un paisaje de gran belleza y tranquilidad. Pero lo mejor para un fin de fiesta tras unos días de actividad frenética es perderse sin rumbo por el Parc Natural del Delta de l'Ebre y descubrirlo con calma a través de sus múltiples rutas de senderismo y cicloturismo.

Quienes se hayan quedado con ganas de historia, la tienen a tiro de piedra. La ciudad de Tortosa, capital del Baix Ebre, presume de un bellísimo casco histórico y de un valioso patrimonio arquitectónico, entre el que destacan la Catedral de Santa Maria, un magnífico ejemplo del gótico mediterráneo, y el Castillo de la Suda, una antigua fortaleza que ofrece vistas panorámicas impresionantes de la ciudad y del río. Se pueden realizar rutas en barco, así como seguir la ruta Hemingway, un homenaje al paso del escritor por esta ciudad en 1938, en plena Guerra Civil. Y si estáis pensando en llevar un souvenir a casa, nada mejor que pasarse por su Mercado municipal, un increíble edificio modernista donde podréis comprar gran variedad de producto de las Terres de l'Ebre para seguir degustando sus sabores en vuestra vuelta a casa. 

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