En La Falda se definen a sí mismos como una taberna desenfada con cocina seria, aunque alborotada. Vamos, que este equipo se toma muy en serio aquello que elabora y la forma en que lo hace y esta seña de identidad está también impresa en el que es ya su tercer local en la capital, en el barrio de Chamberí.
En el mismo establecimiento que previamente ocupaba el mítico Sylkar, hicieron pequeños cambios (como el hecho de abrir la cocina y convertirla en vista, pudiendo ahora ver qué se cuece en los fogones de La Falda, como sucede en su local de Lavapiés), pero mantuvieron la barra, los azulejos en paredes y suelo… logrando así ese toque vintage que mantiene parte de la personalidad del negocio anterior mientras construye, en paralelo, una nueva.
En el piso superior, un comedor amplio y muy sencillo, con una gran ventana que da a la calle y permite la entrada de luz natural durante el día, con mesas sin vestir y una zona dedicada al vino, sobre la escalera. Sin más decoración que un par de fotos en las paredes, el centro de atención son las elaboraciones que llegan a la mesa y la atención cercana y amable del personal de sala. Antes de comenzar con la comida, es interesante echar un vistazo a su carta de vinos que reúne referencia de sesenta y seis bodegas distintas que elaboran en tres países diferentes con un abanico de precios que abarca distintos presupuestos y también la posibilidad de pedir ciertas etiquetas por copa.
Es marca de la casa el estilo de su carta, que combina pequeños bocados, como las croquetas de jamón o las anchoas con opciones de raciones pensadas para compartir o que pueden convertirse, si el comensal lo desea, en platos principales. La propuesta comienza encabezada por su tortilla de patata, sin duda una de las señas de identidad de La Falda. La ofrecen en versión tradicional, estilo Betanzos, muy poco cuajada (la misma que fue subcampeona de España en 2024) y también en una variante de sabor más potente, cocinada con chorizo y grelos.
Como resultado de esa cocina “alborotada” que forma parte del concepto del establecimiento, las elaboraciones que forman parte de su oferta gastronómica responden a la mezcla referencias tradicionales españolas, tan reconocibles como la ensaladilla, la oreja a la plancha con patatas revolconas, las mencionadas croqueta o tortilla de patatas, o el guiso de callos, pata y morro con otras recetas que provienen, al menos en su base o su concepto, de recetarios internacionales.
En este caso, los platos se aterrizan con sentido, habiendo hilado bien el concepto del plato con su materia prima y añadiendo, en determinados casos, un toque creativo que las diferencia precisamente de la referencia de la que parten. Es, por ejemplo, el caso del escabeche asiático de verduras y raya, de las gyozas de calamar con espuma de miso y mirin con teja de su tinta, el plato de albóndigas en salsa, esta vez de coco y kimchi (para rebañar el plato) que se sirve con arroz o del falso taco de costilla de cerdo deshuesada con salsa Hoisin. El pan, artesano, es de La Miguiña.
De sus postres caseros, capítulo aparte merece el flan de huevo, elaborado con leche de oveja, untuoso, dulce en la medida exacta, de textura perfecta. En este apartado, tres opciones más: tarta de queso, elaborado con el queso inglés Shropshire, para quienes busquen un cierre potente y sabroso, tarta de chocolate negro con algodón y polvo de pistacho para quienes no perdonan el chocolate y tartaleta de lima con merengue quemado, en una versión de un clásico “lemon pie” con personalidad.