Una mesa como la de La última cena, aunque nunca podrás decir eso al salir por la puerta, o ‘El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante’, que todo puede darse en un espacio para 18 comensales. Y al fondo de esa tabla casi infinita, tres cocineros, varios fuegos y una plancha. Lo mínimo. Como el interiorismo del local, donde el adjetivo diáfano se queda corto.
El servicio empieza a la misma hora para todos (comida y cena). Un menú degustación de 11 pases. La única diferencia entre tu velada y la del que está sentado a tu derecha será la compañía (vinícola), salvo que ambos os decantéis por la opción de maridaje (5 vinos), extraída de una estrechísima bodega pero en la que caben champanes y etiquetas inusuales.
Luke Jang, sonrisa honesta y paciente perseverancia, es empresario, chef y maestro de ceremonias al mismo tiempo. Durante las dos horas que dura la puesta en escena pormenoriza cada plato trufando su breve disertación con notas para el paladar, procesos de cocina e historias personales. Todo sucede a la vista del cliente. Los movimientos de los cocineros son precisos, hipnóticos y cortantes como un tango. Y si hay que corregir algo, se hace rápido y sobre la marcha.
Cocina creativa, a medio camino entre la tradición coreana y la española más contemporánea, con una cuidada gama cromática, con muchos destellos de autor y algunas técnicas de vanguardia. Prima el sabor, se trabaja con el equilibrio y la sorpresa y, al final, se encuentra un diálogo distendido entre los compañeros de mesa, que comparten interés por la una propuesta brillante y con mucho recorrido por delante.