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El Precio

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  • 5 de 5 estrellas
  • Crítica de Time Out
El Precio
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Time Out dice

5 de 5 estrellas

Nos encontramos ante un escenario apolillado, una buhardilla en la que se acumulan muebles viejos: un armario enorme lleno de vestidos de noche pasados de moda, un sillón de cuero vacío, como si esperara la visita de un fantasma, y un disco de los años 20 en el que solo se escuchan risas enlatadas, a veces entusiastas, otras odiosas, canibalizantes, como de alguien que se mofa de ti y te humilla. Hace tiempo que nadie ventila y todo huele a polvo. Son como los restos de un buque naufragado que llega a una playa remota, los últimos tesoros de una familia rica que lo perdió todo en el crack del 29.

Hay algo muy terrible en esta historia, y es ese pasado trágico que planea sobre un presente anodino. Dos hermanos se reúnen en el desván de un edificio a punto de ser demolido para tasar una herencia venenosa y carcomida, que a penas tiene valor a excepción de un chifonier de marquetería y un arpa con la caja de resonancia agrietada. Y ahí aparecen los nombres de los espectros, el recuerdo de un padre que se sentó a esperar la muerte cuando supo que no le quedaba un centavo, la imagen de una madre vomitando las vísceras sobre la alfombra al enterarse de que se habían declarado en bancarrota.

Arthur Miller firmó en 'El precio' una radiografía de la frustración soberbia, que Sílvia Munt dirige con precisión quirúrgica, trabajando el reproche y la rabia desde una contención justa, que el personaje de Tristán Ulloa clava con esa indiferencia abismal del hombre sin atributos. Otra ovación merece Elisabet Gelabert, que aparece en escena como una mujer bajo la influencia y acaba como esas señoras apenadas del Nueva York de los años 50 que Saul Leiter fotografiaba a través de los cristales de un coche, del escaparate de un ultramarinos, con los brillos de la ciudad resbalando sobre sus ojos tristes.

Magnífico está también Gonzalo de Castro, con un bigotito de escoba, haciendo de ese hermano millonario que pisa el escenario como un lobo en la nieve. Y lo borda Eduardo Blanco en el papel del judío tasador anciano, con la espalda curva y el tembleque del Parkinson en las manos, que aporta lo que de entrada pueda parecer la dosis de humor distendido, que de a poco se convierte en una carcajada mefistofélica que va empañando el teatro, como si entre esos dientes torcidos que mastican la oscuridad se hallaran las páginas de nuestro cuaderno de condenados. Aquellos hombres que se gritan en la buhardilla podríamos ser nosotros, hijos de otra crisis, quizá dentro de unos años, vendiendo los cadáveres de la vida que habíamos deseado.

Texto: Arthur Miller. Dirección: Sílvia Munt. Intérpretes Tristán Ulloa, Gonzalo de Castro, Eduardo Blanco, Elisabet Gelabert

Escrito por
Josep Lambies

Detalles

Dirección
Precio
22-26€
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