Vivimos tiempos belicistas. O tiempos en los que determinadas instancias de poder se empeñan en llevar al mundo al límite para seguir equilibrando –valga el eufemismo– el orden mundial a base de guerras. Tenemos la guerra de Ucrania aquí al lado, el genocidio en Palestina un poco más allá y las tensiones avivadas por las potencias de siempre en otros puntos calientes del planeta. Y la retórica cansina, viejuna, de la guerra se empeña en asaltar portadas en los medios de comunicación sin reparar en lo que le hacen las guerras a los cuerpos, a las personas. Esta obra es, en este sentido, una joya, que sin centrar su argumento en este punto concreto, genera un paisaje de fondo agudo, genial diría incluso. Probablemente Miguel Delibes no sabía que 50 años después de escribir esta historia, cobraría tal potencia el fondo de su relato.
Historia escrita con esa exquisitez lingüística que caracterizó siempre a Miguel Delibes
Historia escrita con esa exquisitez lingüística que caracterizó siempre al autor vallisoletano, que concentra en el personaje de Pacífico Pérez, no solo su propia aversión a la guerra (el nombre del protagonista no es casual), sino la sensibilidad de un sentimiento, un modo de vivir, de ver, de contemplar la vida, de relacionarse con ella, humanista y brutal, que choca frontalmente con el pentagrama masculinizado, testosterónico, sobre el que se ha escrito una historia patriarcal que solo tiene sentido en el conflicto continuo, en la medición de fuerzas. Pacífico es el cuarto eslabón de una cadena de hombres que han pasado por las guerras carlistas, las guerras del norte de África y, finalmente, la Guerra Civil Española. Pero él no quiere saber nada de fusiles ni cañones, de conquistas o asaltos. Él se relaciona con los animales, con las plantas, con las personas, de otra forma. Y por eso lo tildan de marica o de retrasado. Y lo empujan hasta la barbarie que él asume por nobleza.
Cuando un actor firma un trabajo como el de Carmelo Gómez, se alinean los planetas
El montaje que vuelve a Madrid bajo la dirección de Claudio Tolcachir, que imprime un ritmo vivo a un relato que, sin ese movimiento ágil y constante sería plomizo, ha superado las 200 funciones desde su estreno hace año y medio. Ha recorrido España entera recogiendo aplausos unánimes. Sobre todo, sin menoscabo del papel de Miguel Hermoso, que es más de relleno, en modo posibilitador, por el trabajo inmenso de Carmelo Gómez. Uno ve este tipo de obras tan sustentadas en lo interpretativo y entiende que la esencia del teatro puro, del arte milenario que todavía nos convoca en tiempos de hegemonía de pantallas y plataformas digitales, está precisamente en el actor. Y cuando un actor firma un trabajo como el de Carmelo Gómez, se alinean los planetas y vuelve a anidar la pasión que provoca el goce estético.
Autor: Miguel Delibes. Director: Claudio Tolcachir. Intérpretes: Carmelo Gómez y Miguel Hermoso.