Fundada en 1855, esta pastelería es un clásico. Nació como una casa de turrones, pero hoy en día elabora todo tipo de postres, siempre de forma artesanal. La tienda en sí es ya una maravilla, con su fachada antigua intacta, las paredes recubiertas de caoba y espejos y el escaparate lleno de apetecibles dulces. Un local de lo más castizo. No te vayas sin probar sus rosquillas de San Isidro.
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