El Bodeguín (CERRADO)

Está aquí desde mediados de los setenta: Miquel habrá pegado collejas a media Barcelona. Miquel, el alma de El Bodeguín, el hombretón barrigón con barba y un eterno puro en la boca, bramaba chistes y ponía rectos a los adolescentes que se congregaban los fines de semana en su bar a ponerse finos jugando al duro. "¡Otro submarino, Miquel!", gritaban, es decir, una cerveza de litro con un chorro de vodka.

El local tiene las paredes llenas de caricaturas de él que le han hecho los clientes agradecidos de tantos buenos ratos pasados ​​allí, en alguna de las diez mesas de madera que han visto de todo. También tiene una gran colección de más de 2.000 jarras de cervezas de todos los tamaños y procedencias que convierten a El Bodeguín en una especie de museo de la priva de la zona alta.

La calle Herzegovina había sido una arteria importante a la hora de beber de cuatro generaciones: desde los 70 hasta finales de los 2000, había muchos bares y aquello era un no parar de juventud entrando y saliendo de los locales. Cuando entró en vigor la regulación de la venta de alcohol a los menores –y también la del tabaco–, la calle comenzó a flaquear: los bares cerraban, pero El Bodeguín resistió contra viento y marea gracias a la terquedad y la energía de Miquel.

Ahora hacen un menú de mediodía de cocina tradicional catalana –pies de cerdo, estofados, macarrones, albóndigas– y el ambiente es más tranquilo. Entro y pido una caña. "¿De pescar?", me dice, incombustible, Miquel, mientras me sirve una helada. Desde la pared, un retrato dedicado de la Caballé me ​​guiña un ojo, como diciendo: "Yo también he estado aquí y me lo he pasado teta".