Este bar permanece cerrado.
El hombre que vende flores se pasea entre la clientela del Red Rocket con su antorcha de olores perdidas. Responde con la ceja, el chico del tatuaje, que no quiere comprar ninguna, de flor. Que esta noche, en el apretado bar rojo, ya es tarde para el amor y para la oferta de cerveza a un euro que sirven hasta las 22 h. Mueve las caderas Betty Page, princesa extraterrestre de media fina, proyectada en un cielo de cohetes rojos. Y el ritmo rockabilly se desprende medio de este local relleno de vinilos, paredes salpicadas y pósters heridos. Hay grupos en Red Rocket de camisas de cuadros y gafas negras, de gente seria que quieren escucharse, más que escuchar. Y hay otros, pensativos, que mueven la cabeza como si persiguieran una música que sólo suena para ellos. Dos chicas de pantalones perdidos estiran en el sofá atigrado los Encants y pasa una pelirroja de belleza milimétrica y camiseta de Guns N'Roses directa hacia el lavabo.
Las tablillas embotadas y pegajosas de alcohol se deshacen en el orden de una fiesta de fin de curso y el gentío llena todos los huecos que ha dejado la prohibición del humo. Un trasiego de birras y gintónics atragantan la barra y veo que alguien paga las bebidas con tarjeta de crédito, y de tan extraordinario el gesto, creo que me he pasado con las copas. Sonríe tímido el camarero de patillas encaladas desde sus ojos enmascarados de rock'n'roll. Su amabilidad me habla de un hombre que abrió un bar para beber en compañía de los amigos. Llueve y el empedrado brilla en el sortilegio de la noche. Los guijarros son rolling stones.
El hombre que vende flores se pasea entre la clientela del Red Rocket con su antorcha de olores perdidas. Responde con la ceja, el chico del tatuaje, que no quiere comprar ninguna, de flor. Que esta noche, en el apretado bar rojo, ya es tarde para el amor y para la oferta de cerveza a un euro que sirven hasta las 22 h. Mueve las caderas Betty Page, princesa extraterrestre de media fina, proyectada en un cielo de cohetes rojos. Y el ritmo rockabilly se desprende medio de este local relleno de vinilos, paredes salpicadas y pósters heridos. Hay grupos en Red Rocket de camisas de cuadros y gafas negras, de gente seria que quieren escucharse, más que escuchar. Y hay otros, pensativos, que mueven la cabeza como si persiguieran una música que sólo suena para ellos. Dos chicas de pantalones perdidos estiran en el sofá atigrado los Encants y pasa una pelirroja de belleza milimétrica y camiseta de Guns N'Roses directa hacia el lavabo.
Las tablillas embotadas y pegajosas de alcohol se deshacen en el orden de una fiesta de fin de curso y el gentío llena todos los huecos que ha dejado la prohibición del humo. Un trasiego de birras y gintónics atragantan la barra y veo que alguien paga las bebidas con tarjeta de crédito, y de tan extraordinario el gesto, creo que me he pasado con las copas. Sonríe tímido el camarero de patillas encaladas desde sus ojos enmascarados de rock'n'roll. Su amabilidad me habla de un hombre que abrió un bar para beber en compañía de los amigos. Llueve y el empedrado brilla en el sortilegio de la noche. Los guijarros son rolling stones.