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Acabo de descubrir la cafetería de la panadería Mistral que está escondida en los límites del Raval, en la calle Torres i Amat, cerca de la pista de baloncesto de la plaza Terenci Moix. Ha sido lo mejor que le ha pasado a mis desayunos en meses.
Tiene cojones la cosa: el local está a tres minutos de casa y hasta ahora no me la había encontrado. Y eso que conocía perfectamente la célebre panadería de la Ronda de Sant Antoni. De hecho mis visitas al templo perseguían siempre lo mismo: los legendarios croissants microscópicos de la casa, posiblemente los liberadores de endorfinas más potentes que hay en la Tierra.
Sin embargo, desde que he descubierto la cafetería del Raval, he trasladado mi adicción a otro sector del mostrador y me he dedicado a hundir la nariz en la blancura de lo que para mí es el mejor producto de su catálogo, posiblemente la mejor 'pasta' en Barcelona: la ensaimada.
Cuesta encontrar buenas ensaimadas en Barcelona. Incluso las ensaimadas de algunas panaderías supuestamente premium parecen pedazos de colchón recubiertos de azúcar en polvo. He probado los ejemplares del bar-restaurante balear Ido! Balear y admito que están muy bien, pero ni siquiera la magia mallorquina puede competir con esta obra de ingeniería de panadería de la vieja Barcelona.
La pieza es perfecta. Tiene el tamaño ideal y está horneada al punto ideal. Crujiente por fuera, blanda por dentro. Con masa en el interior, sin el relleno de aire de la mayoría de ensaimadas de Barcelona. El azúcar en polvo está cuidadosamente espolvoreado, para que no acabes con la pechera como la mesa de Tony Montana en el final de 'Scarface'. Y qué sabor. ¡Sabor de ensaimada de verdad! La que me comía de pequeño para merendar a la salida del cole. Una espiral de placer azucarado que, a pesar de su sencillez, te derrite el cerebro, te dilata las pupilas y te hace olvidar el origen de todos tus problemas: el ser humano.
La mejor medicina. La mejor ensaimada del universo.