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Jean Luc Figueras
©JoanPuigEl chef con sus hijos, Eduard y Claudia.

Jean Luc Figueras / Le Bouchon

El chef Jean Luc Figueras, viejo rockero incombustible, aterriza en el Mercer en formato alta cocina y popular

Escrito por
Time Out Barcelona Editors
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No quiero repasar lo que he escrito sobre Jean Luc Figueras, de 56 años, durante las últimas décadas, pero seguro que los textos se refieren a su indocilidad, a la maestría culinaria y a una carrera profesional al estilo de los corredores de bicicrós, con pedaladas, subidas, bajadas, barro, rodillas en carne viva y ducha al final. Él me recordó  que lo conté como boxeador en el libro 'Els genis del foc'. Sigue siendo aquel púgil que termina el combate con el ojo morado, tambaleante, la sonrisa ensangrentada y pendenciera. JL regresa –JL siempre está volviendo– y lo hace multiplicado por dos, con Le Bouchon y con Mercer Jean Luc Figueras. Ambos espacios bajo el techo del Mercer, remodelado por Rafael Moneo, un hotel con historia para una carta historiada porque JL es un icono barcelonés que también necesita protección. De la muralla romana a los raviolis de ostra y 'peu de porc'.

En su capítulo del libro, publicado en noviembre de 1999, aparecía un niño en dos imágenes –en una, simulando que los dedos eran una pistola– que 14 años después encuentro como segundo de cocina tras hacer la mili en Gaig y Can Jubany. Es su hijo Eduard, de 25 años, al que acompaña su hermana Claudia, de 22, al frente de Le Bouchon, la taberna con espíritu moderno. Si JL se ha instalado con la prole significa que la estancia hotelera se intuye larga. Traslada en la maleta demasiados sentimientos. No es nuevo que unan fuerzas padres e hijos, la cocina está repleta de sagas. Lo infrecuente es que las transmisiones patrimoniales sucedan en los negocios ajenos.

Pacto con el chef una degustación mixta, platillos de Le Bouchon y platazos del gastronómico ("mi cocina de siempre"). Estoy tentado de viajar en el tiempo con los canelones de cigalas con tomate confitado, de la edad de Claudia, y la lubina con tripas de bacalao y butifarra negra, con tantos años como Eduard, para resaltar la vinculación entre la memoria, la vida y la cocina, aunque al final me decido por otro hito que tiene que ver con mis recuerdos y 'Els genis del foc': el pichón con trufitas de fuagrás y cacao (por Moneo, qué buenas) y el añadido reciente de un 'dim sum'. El esturión de la Vall d'Aran –donde estuvo 'exiliado' un tiempo– con caviar Nacarii y sabayón de lima demuestra que lo sensacional del plato no es lo más caro: el corazón está en esa crema.

Antes, escudado por el tinto Els Raustals del 2007, he picoteado las tapas, las bravas rebozadas con Maizena y servidas en mini hueveras (no me convencen), la 'fondue' de queso en la que untar el pincho de atún, el croquetón de jamón-jamón y las alitas (mejor deshuesadas) con salsa picante, con refresco de cola en la base. Lo sobresaliente de la tanda es el carpacho al estilo del Harrys Bar de Venecia que supera al original. Explora JL una vía "alegre, simpática y joven" en busca de un público que aún gateaba cuando pelaba las cigalas para aquellos canelones.

"Ganas, ganas, ganas". Ese es el lema. Renovarse también con Eduard y Claudia y que le ayuden a husmear lo que llega. Siempre es saludable que un padre aprenda de los hijos.


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