Cuando los padres de Judith Sala abrieron este icónico restaurante vecino del Park Güell, le pusieron Tibet porque estaba situado en una punta alta de la ciudad. Judith y su primo David continuaron la tarea del restaurante que se ubicó bajo la casa de los abuelos, lo modernizaron el punto justo, pero mantuvieron mejorado el espíritu y la filosofía de ofrecer una buena comida, sobre todo una brasa exquisita. Se puede decir sin temor que se trata de la mejor brasa de Barcelona. Es la brasa auténtica, de carbón vegetal, que está a la vista. Pero este lugar cálido, tanto que a veces su galería parece uno de esos viejos chalets suizos, además tiene otros grandes valores culinarios.
Para empezar, podríamos destacar los caracoles en salsa, exquisitos, su alioli, las alcachofas o una esqueixada –ensalada con bacalo desmigado– que bien puede ser el orgullo de la casa. Naturalmente, en temporada, destacan los calçots, pero durante todo el año se puede disfrutar de un amplio abanico de tortillas. Si no se quiere brasa, son muy aconsejables los pies de cerdo al horno, otra de sus especialidades.
La cocina ofrece platos sencillos, pero bien hechos, de la tradición catalana y mediterránea, lo que ahora no es tan fácil de encontrar. Y tienen mucho cuidado de los acompañamientos, no sólo de las patatas fritas, sino de la ración de judías o de pimientos del Padrón. Todo es calidad. En cuanto a la brasa, el principal estandarte de Tibet, destacan por encima de las otras piezas los pollos y el conejo lechal, una delicia.
Según dicen en el restaurante, hay auténticos fans de la espalda o las costillas de cordero. La carta de vinos es correcta, aunque se echa de menos más vinos de las denominaciones catalanas.