Un reproche habitual que se hace aquí a los nuevos dramaturgos es que experimentan poco con la misma materia de la escritura. Pero cuando lo hacen –como es el caso de Carlos Perelló en 'Dramaburg'– quedamos desconcertados. A su favor decir que el texto despeja sus intenciones en una lenta digestión, cuando las imágenes escénicas creadas por Guillem Gefaell se evaporan para quedar el destilado de las palabras. Un concentrado que por su ansiedad onírica podría titularse 'Miedo y asco en Alepo'.
Teatro gonzo con un periodista sumergido en un delirio psicotrópico en el que asume a la vez las funciones de narrador, protagonista y dios destructor. Personaje que centra el relato de unos obreros en su descanso mientras descontaminan paisajes de destrucción para convertirlos en parques temáticos. Seres que en este montaje se presentan como mutantes de un futuro apocalíptico, como moscas sobre las heces.