Dirección: Carles Fernández Giua. Con: Claudia Victoria Poblete Hlaczick, Carles Fernández Giua y Eugenio Swarcer.
Construir un espectáculo a partir de fragmentos de realidad puede llegar a convertirse en una trampa creativa. Si, además, la propuesta opta por invitar a los mismos protagonistas a subir a escena, el peligro de resultar tendencioso crece considerablemente. La compañía La Conquesta del Pol Sud tiene muy presentes todas las trampas que esconde el teatro documento, y los conjura a través de pinceladas contextuales, reflexiones cruzadas y niveladas dosis de poesía.
Carles Fernández Giua y Eugenio Szwarcer ya dieron en el blanco con su anterior espectáculo, 'Nadia', la historia de una niña afgana que se hacía pasar por su hermano muerto para sobrevivir en el opresivo contexto del régimen talibán. Ahora, su nuevo montaje 'Claudia' nos transporta a Argentina, un país que mira de reconfigurar su identidad, que se enfrenta al trauma de los desaparecidos en la terrible represión que siguió al golpe de estado de 1976.
Las consideraciones sobre la memoria histórica se solidifican en torno al testimonio de Claudia Victoria Poblete Hlaczik, una ingeniera de sistemas de Buenos Aires que con 22 años descubre que su vida es una farsa, que la familia de militares donde ha crecido no es la suya, que realmente es hija de una pareja torturada y asesinada en un centro de detención. Estamos delante de la narración de un caso de bebé robado explicado por boca de su protagonista, un caso mediático que en su momento, 2001, supuso el fin de la impunidad judicial de los militares responsables de las desapariciones.
Un testigo ya de entrada tan potente implica la identificación automática con la protagonista, un grado de secuestro emocional del público del que el montaje, por suerte, no abusa más de lo necesario. Tampoco se entra en la crueldad, ni en el ánimo de revancha, aquí el distanciamiento es tan útil como la intención. La dimensión humana del personaje crece aún más a partir de añadir motivos personales, fotografías, anécdotas de la infancia o la incorporación de su afición por la ciencia ficción, factor este último que se mezclará con las intenciones metafilosóficas de la pieza hasta llevarla al borde de la deriva.
Por suerte, la narración central vuelve a la parte final para anclar el sentido global, un testimonio oral que a lo largo del montaje se complementa con fragmentos documentales grabados y un sutil juego de objetos que ayudan a hacer avanzar la historia. La teatralización de ciertas escenas es sutil, justo para subrayar la fuerza de lo que se cuenta. Que Claudia no sea actriz profesional se compensa desde la honestidad y gracias al alto grado de detallismo fijado por parte de dirección, que huye en todo momento de sobreactuaciones y lágrima fácil. Una propuesta, en definitiva, sobre las coincidencias entre identidad personal y social que consigue entrar de lleno entre los hitos del teatro realidad hecho aquí. Larga vida a 'Claudia'!
