Autores: Laura Tamayo, Guillem Gefaell y Josep Carreras. Dirección escénica: Guillem Gefaell. Dramaturgia: Guillem Gefaell. Intérprete: Laura Tamayo.
Laura está hecha de agua, de charcos y lágrimas. Agua estancada que necesita fluir para no podrirse en su interior. Líquido que brota en forma de palabras, historias, recuerdos, preguntas, revelaciones, sueños, confesiones. Podría ser Virginia Woolf renacida, azotada y drenada por los cálidos vientos del desierto del Namib. Podría ser el cuento de la bailarina de Degas que tras un largo viaje acaba abrazada y embarrada por la tribu de los himbas.
Laura (Tamayo) es la actriz, el personaje y la recitadora que en algún momento del espectáculo pronuncia el topónimo de un lugar tragado por la arena: Kolamanskop. Pueblo fantasma invadido por el desierto, ahora visitado por los aventureros turísticos que recorren Namibia. Kolmanskop también es el título del proyecto teatral ideado por Guillem Gefaell, Josep Carreras y la propia Tamayo, y el de una bella metáfora que se extiende por la segunda sala del Tantarantana.
Un montaje que cuidada la palabra –de elevada carga poética–, el espacio (un bosque de lianas de lana), el gesto, la imagen y el sonido. Abstracto en la forma pero claro en el mensaje de compartir los interrogantes que se acumulan en la vida de una mujer desde su niñez, cuando tantas preguntas esenciales sobre la identidad quedan sin respuesta, el pasodoble Paquito el Chocolatero es la banda sonora de una pesadilla infantil y la sombra de una máquina de coser es un presagio de la acechante condena de una doméstica invisibilidad.