Un diamante en bruto. La pequeña Casa Camacho ha cambiado muy poco desde que abrió en 1928, salvo por la máquina tragaperras y la televisión, ambas siempre encendidas. Polvo de antes de la guerra cubre las botellas y flores de plástico que adornan su frontal y el suelo es un mar de palillos. Como bar para saborear la vida de barrio no tiene precio aunque a día de hoy se llene siempre de la juventud hipster malasañera. No te vayas sin probar un yayo.