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5 motivos para no perderse las fotografías de Brassaï

Escrito por
Josep Lambies
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Se llamaba Gyula Halász, pero todo el mundo lo conoce por el nombre de Brassaï, y ahora mismo es urgente que vayáis a ver la exposición que desde el 29 de mayo le dedica la Fundación Mapfre. Hay más de 200 fotografías fechadas entre las décadas de los 30 y de los 50, la mayoría tomadas en París. Muchas de ellas ocultan historias truculentas, sórdidas, canallas, que son retazos de la vida cotidiana en la ciudad. Hemos hecho un severo ejercicio de contención, y aquí van nuestras razones para que corráis como locos a visitarla.

1. Muerte en las calles de París. En la primera sala hay una serie de ocho fotografías que, como si de una secuencia cinematográfica se tratara, relatan el levantamiento de un cadáver atropellado en una calzada adoquinada. En la obra de Brassaï hay una cierta pulsión de muerte, que a veces es un cuerpo abatido a orillas del Sena, otras un tramoyista dormido entre cajas o una prostituta con los dientes carcomidos. Y, sobre todo, está esa ciudad deshabitada, con sus luces de gas, sus árboles deshojados que se reflejan en los charcos de agua, las sombras de sus barrotes, verjas y escaleras, negras en la noche, escenario vacío como último testigo de ese aliento funeral que pesa sobre el mundo de los vivos. 

2. Ese gesto sutil de la seducción. Muy habituales de Brassaï son también las imágenes de amantes furtivos que se encuentran en cafés trasnochados, entre copas de absenta y el humo ensortijado de los cigarrillos que pesan entre los dedos, con esa cola de ceniza descuidada que se va alargando mientras las bocas se buscan dentro de los espejos. Encontraréis la foto que aquí sigue en la segunda planta del recorrido, y es bien interesante, porque de ella existen dos versiones distintas, con diferentes encuadres. Este es el primero. En el segundo solo se ve la mitad derecha: la gorra del hombre, el reflejo de la mujer que sonríe y esa mano que cuelga sobre un hombro, y que de pronto parece surgida de ningún sitio. 

 

3. El manto de la noche lo cubre todo. Con este farolero que, antorcha en mano, alumbra París después del ocaso, nos introducimos en esas regiones nocturnas que a Brassaï tanto le gustaban, el ambiente enrarecido de la alta sociedad, en una nube de tafetán, ácaros y sombreros con plumas. Buscad la escena del baile de Longchamp, con sus fuegos artificiales, o los salones del Folie Bergère. En esta sección destacaremos el retrato de la Môme Bijou, esa señora vieja como una momia azteca, con la piel de armiño y un abrigo raído, cubierta de collares, cargando en los dedos auténticos pedruscos. Tal vez recordéis que James Cameron le hizo un homenaje en 'Titanic', en uno de los dibujos a lápiz que Leonardo DiCaprio le mostraba a Kate Winslet.


4. Prostitutas, maleantes, maricas. 
Brassaï siempre decía que él lo quería era conocer los márgenes de la sociedad, aquellos submundos donde merodean parias y descastados. Fotografiaba a canallas y mafiosos, a las putas y los chulos que servían su mercancía a la salida del mercado de Les Halles, a los impredecibles secuaces de la Banda del Gran Alberto, a las chicas desnudas con sus clientes en burdeles como Chez Suzi. Y una vez al año, durante el ayuno de cuaresma, se iba a la fiesta gay de Magic City, uno de los entornos más provocativos de la ciudad, donde actores de cine y teatro bailaban con carniceros, carboneros y desollinadores, en lo que era no solo un desafío al puritanismo sexual sino también una revolución para la conciencia de clase.

5. Humano, demasiado humano. Y luego están esas fotografías en aparente reposo, donde Brassaï insiste en buscar el elemento humano, la forma de una máscara africana esculpida accidentalmente en las piedras de una fachada erosionada, los ojos de un puente, las paredes desconchadas de una portería sórdida que son morada de todos los espectros. En esta línea, aquí va una historia que tiene lugar el 25 de agosto de 1945, día de la liberación de París. Brassaï tomaba fotos de la calle desde la ventana de su cuarto de baño y alguien confundió su cámara con el arma de un francotirador. Le dispararon a matar, pero el supo esquivar la bala a tiempo, que hizo añicos el espejo. La imagen de ese espejo roto está en la exposición. Es de las que no se olvidan nunca.

 

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