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5 motivos para ver 'Il trovatore' en el Teatro Real

Escrito por
Josep Lambies
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No hay experiencia en la vida que se pueda equiparar a la de la buena ópera. Es la máxima impresión, un stendhalazo en toda regla, ese orgasmo que te trepa de la entrepierna al cerebro. Y lo digo así, en modo exclamativo, porque todavía no me he recuperado de la descarga de placer que me proporcionó 'Il trovatore' de Verdi que se está representando en el Teatro Real. Ahí van mis razones.

1. El coro de los gitanos. El relato de 'Il trovatore' es de lo más bestia. Hay una bruja quemada en la hoguera, una madre que lanza a su bebé al fuego, un niño maldito en la cuna, hermanos que no saben que lo son y amores imposibles. La música se ve totalmente contagiada por la intensidad del argumento. Lo sentimos en ese 'Coro degli zingari' del segundo acto que hará que os hierva la sangre en las venas, con el rumor infernal de la voz aristofánica que va avivando la llama de la tragedia. 

2. Las arias de la bruja. Yo vi al primer reparto, donde la mezzosoprano Ekaterina Semenchuk interpreta a la hechicera Azucena, con una furia siniestra que arrebata los sentidos. Su personaje es el más oscuro de todos. Su madre fue condenada a muerte por echarle un mal de ojo a uno de los vástagos del conde y ella le prometió que la vengaría. Mientras trataba de obrar su venganza mató sin querer a su propio hijo. Vestida con harapos, sucia y andrajosa, sus arias son sin duda las más tremendas.

3. El engaño de Leonora. En realidad, todo gira alrededor de una trama amorosa. La obra empieza con un guardia que vigilia a un humilde trovador que todas las noches conquista con su canto a una de las damas de la reina, que se asoma al balcón con la complicidad de la luna. Su nombre es Leonora, y tiene la desdicha de que otro hombre poderoso la pretende. En el reparto que vi yo, hacía el papel la soprano Maria Agresta, con el candor y la valentía de un centenar de golondrinas surcando el cielo.

4. Una puesta en escena cruel. Francisco Negrín firma una escenografía que remueve las turbias aguas del recuerdo y pone los pelos como escarpias. Se ve a la vieja zíngara, de fondo, agitando los brazos como si moviera los hilos del destino. Se ve también a un niño con el rostro calcinado que surge de su propia tumba y camina, dando vida en escena al sacrificio del inocente. Es una obra llena de demonios malignos, que arrojan sus maleficios sobre los condenados, como las llamas que calientan el caldero de un ogro.

5. El torbellino de la obra maestra. Hacia el año 1850, Giuseppe Verdi cogió la obra de teatro 'El trovador', del dramaturgo romántico español Antonio García Gutiérrez, y compuso una obra maestra. Y no hay quien pueda con esto. Lo que está pasando estos días en el Teatro Real no sería posible sin un elenco de órdago (Ludovic Tézier en el papel del Conde Luna es un trueno) y la dirección musical de Maurizio Benini, pero lo cierto es que por encima de todos los mortales planea ese fantasma superior que se te mete en el cuerpo como un escalofrío. Si queréis vivir algo fuerte ya sabéis adónde tenéis que ir.

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