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Amaya Lalanda

Madrid oculto: Las duelistas del Retiro

Escrito por
Servando Rocha
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Espadas, floretes, pistolas. Una vez Madrid fue una ciudad de duelos y pasiones desatadas donde las ofensas al honor se pagaban muy caras. Sin embargo, no todos defendían esta guerrera tradición. Un ilustre trágico como Mariano José de Larra lo veía como algo propio  de países atrasados y bárbaros,  lo mismo que las distintas Ligas Antiduelistas.

Políticos, comerciantes, literatos y sobre todo… ¡periodistas! eran habituales blancos de los ofendidos, que no dudaban en enviar a sus padrinos para acordar hora, lugar y modo. Los duelos al sol eran tan frecuentes que el escritor Cansinos Assens aseguró en sus memorias que la redacción del periódico para el que trabajaba disponía de un cuartito destinado a la sala de esgrima, con sus correspondientes floretes y caretas, "donde todos los días practicamos ese noble arte, bajo la dirección de un profesor francés... La profesión de periodista está expuesta a los lances de honor y hay que saber manejar la espada y el sable, por si llega el caso de batirse".

Las ofensas se saldaban en los aledaños de Vista Alegre o Carabanchel, lugares célebres por sus enfrentamientos a sangre y fuego. En este último lugar, como si se tratase de un western, tuvo lugar el Duelo de Carabanchel. La mañana del 12 de marzo de 1870, en la escuela de tiro de la Dehesa de Carabanchel, Antonio de Orleans, duque de Montpensier, y Enrique de Borbón, duque de Sevilla, ambos vestidos de rigurosa levita negra, se batieron a muerte. Falleció el segundo, aunque el primero perdió sus opciones a reinar.

Pero sin duda alguna uno de los duelos más sorprendentes sucedió a principios del siglo pasado y tuvo como protagonistas a dos mujeres, Paz Villavicencio y Lolita, apodada "la de las Canas", habituales del emblemático café Fornos, fortín de la bohemia y la intelectualidad que estaba situado en la esquina de  la calle de Alcalá con la calle  de la Virgen de los Peligros. No se sabe muy bien el origen de la disputa, pero lo cierto es que ambas se tenían inquina y no dudaron en marchar hasta el parque del Retiro y, una vez allí, a los pies de la estatua del Ángel Caído (para mayor y más nefasto simbolismo), batirse con floretes. Aquel episodio no se olvidó y se representó en sainetes y comedias. Lo que no sabemos es si, fieles a la costumbre del duelismo femenino, combatieron en topless. Se pensaba que un corte con una de las espadas sobre la ropa podía dar lugar a una grave infección, por lo que se quitaban corsés y blusas, tal y como se difundió en postales picantes muy populares en aquella época. Julio Camba, el cronista del
lance, únicamente reseñó que "se pusieron unos pantalones". Un Lucifer de granito, bronce y piedra fue testigo de todo.

 

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