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Por qué me flipa 'Clímax', de Gaspar Noé

Escrito por
Josep Lambies
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Hay películas que se te meten en la cabeza, como la buena droga o la peor jaqueca, y te van taladrando el cerebro hasta que parece que te van a reventar los tímpanos y que los ojos se te van a salir de las órbitas. Esa es la sensación que tuve viendo 'Clímax', la nueva película del argentino Gaspar Noé, que más que película es una experiencia de piel y carne, un descenso a los infiernos de una noche letal, donde se unen vida y muerte, orgasmo y dolor, fuego y nieve. Es de esas cosas que se sienten y no se pueden explicar.

1. Esos cuerpos que levitan. La anterior película de Gaspar Noé se llamaba 'Love' y era una cinta porno en 3D. Yo la vi en el festival de cine de Sitges, en una pantalla enorme, y recuerdo a la perfección ese momento cumbre en el que la cámara de pronto descendía por el torso del hombre, pasaba la línea de vello del ombligo y se detenía ante el pene erecto que, apuntando con el glande al público, parecía –obra y gracia del 3D– que eyaculaba sobre las cabezas de la platea. No lo cuento como un chiste. Lo cuento porque en ese efecto se creaba algo singular: esos cuerpos procaces cuyos jadeos parecían buscarse en la pantalla eran como fantasmas, cercanos y a la vez inasibles, follando suspendidos en esa especie de nube anatómica que, en la cumbre del placer, parecía que estaba a punto de desvanecerse. En el cine de Gaspar Noé, los personajes levitan. Esa es la misma sensación que he tenido con los bailarines de 'Clímax'.

2. Una danza macabra. 'Clímax' ocurre, decíamos, a lo largo de una noche oscura del alma, en la que veinte bailarines, encerrados en una especie de internado aislado por la nieve, ensayan por última vez una coreografía que parece una invocación del demonio. La cámara los sigue en un plano secuencia larguísimo que tendría que ser recordado como un antes y un después en el cine musical, basculando entre el ángulo cenital y el movimiento serpenteante de una 'steady', con ansia y desasosiego, persiguiendo el arrebato muscular, el éxtasis escénico, hasta la extenuación. Estamos en los años 90, en los útlimos estertores de la locura psicodélica, tiempo en el que los chicos rebeldes se rocían los ojos con gotas de ácido como si así se inocularan visiones del más allá. El plano secuencia acaba alrededor de un barreño de sangría, sobre el que todos se abalanzan sedientos con el vaso de plástico en la mano y el cuchillo en los dientes.

3. El terror que uno siente. Pronto, la noche se vuelve turbia, peligrosa, y no hay escapatoria posible. La arquitectura del lugar es un laberinto de pasillos estrechos y luces rojas, cuyas paredes pesan como las compuertas de un crematorio en el que esos espíritus libres perecerán carbonizados. En esa noche temible, todo va a arder. Habrá peleas a machete, sexo agresivo, llamas, llantos desgarrados y carcajadas caníbales, sangre y electricidad. Pero no nos precipitemos. Antes de eso, mucho antes, lo que vemos ante nosotros es un televisor en el que se van reproduciendo, en VHS, las pruebas de cásting de todos esos bailarines que se van presentando, como al comienzo de una película de terror, como si fueran esos desconocidos que se encuentran en el vestíbulo de una mansión neogótica levantada sobre un cementerio indio. Hasta el amanecer, todos son sospechosos y nadie estará a salvo.

4. Referencias a tener en cuenta. Hay una cierta tendencia a englobar las películas de aliento transgresor bajo la etiqueta de 'cine de culto'. Junto a ese televisor del principio vemos un montón de cintas de vídeo, y ahí el cinéfilo más avispado encontrará, por ejemplo, 'Querelle' de Fassbinder, una antología de los trabajos más gamberros de Kenneth Anger y 'Suspiria', de Dario Argento. Los referentes están colocados con inteligencia, a ambos márgenes de la imagen catódica, como si la acunaran con sus garras mortalas. Y su influencia se extiende como un espectro por todo el metraje. 'Clímax' es una historia de posesión: primero, porque trata de chicos y chicas bajo la influencia del LSD, pero sobre todo porque por las venas del metraje fluye ese código prestado, esas otras películas que se asoman a la puerta como un vampiro de colmillo impaciente.

5. La estética de lo monstruoso. Gaspar Noé lo integra todo en una puesta en abismo que nos sitúa en un ojo de huracán. La experiencia es muy fuerte, con una playlist furiosa y un ritmo narrativo que nos arrastra al filo del precipicio. Reconocemos, en el desorden de los factores, al director de 'Irreversible', y aún así nos parece que estamos viendo algo nuevo, inmediato, que está ocurriendo delante de nuestras narices y que no se repetirá. Y ese algo es la génesis de lo monstruoso, un frasco de veneno mortal, los versos de Rimbaud sentado en las rodillas de Satán mientras pasaba una temporada en el infierno. Llega un punto de la película en el que la cuestión humana ya no tiene lugar. Solo los valientes llegarán hasta el final para ver la luz de un nuevo día. 

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