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Héroes y villanos de Madrid

Héroes y villanos de Madrid

Del Schindler del Barrio de Salamanca al padre de la corrupción urbanística, repasamos el legado de distintos personajes que, para bien o para mal, han dejado su impronta en la ciudad

Escrito por
A. Martín Larios
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La larga historia de Madrid ha estado protagonizada por personajes de toda índole. Algunos representan motivo de inspiración y un ejemplo a seguir para muchos por actos memorables y legendarios, dignos de recordar y admirar. Otros, en cambio, han dejado una huella negra en el devenir de esta ciudad, no tan fácil de olvidar con el paso del tiempo. Si Madrid es como a día de hoy lo conocemos, es también gracias a estos héroes y villanos.

El ángel de Budapest

El ángel de Budapest

¿Quién no ha visto a estas alturas 'La lista de Schindler'? La trama de la oscarizada película de Steven Spielberg narra la historia de Oskar Schindler, un empresario alemán que salvó la vida de alrededor de 1.100 judíos durante el Holocausto. Pues bien, aunque mucho menos popular, Madrid puede presumir de haber tenido como vecino a su Schindler particular. Conocido como ‘El ángel de Budapest’, Ángel Sanz-Briz estuvo destinado como embajador de España en Hungría durante la Segunda Guerra Mundial. Se estima que el diplomático español consiguió salvar la vida de unos cinco mil judíos húngaros, proporcionando alojamiento y pasaportes españoles, en un principio solo a judíos que alegaban origen sefardí y, posteriormente, a cualquier judío perseguido por las autoridades nazis. En homenaje a su labor, Sanz-Briz cuenta con una placa de recuerdo en su residencia de la calle Velázquez y con una avenida con su nombre en el distrito de Latina.

Manuela Malasaña

Manuela Malasaña

Poco podría imaginarse Manuela Malasaña que, con el paso de los años, su apellido acabaría dando nombre a uno de los barrios más populares, modernos y concurridos de la capital. Hija de un panadero de origen francés, Jean Malesange, cuyo apellido se españolizaría como Malasaña, esta humilde costurera, de apenas 17 años, ha pasado a la historia precisamente como una de las grandes heroínas en la defensa de Madrid durante la Guerra de la Independencia frente a la invasión napoleónica. A pesar de ello, su muerte no termina de estar del todo clara. Algunas versiones apuntan que la joven falleció como consecuencia de un disparo de los enemigos mientras facilitaba el suministro de pólvora y municiones en el Parque de Artillería de Monteleón, situado en la posteriormente bautizada como Plaza del Dos de Mayo. Otra historia señala que Manuela Malasaña murió fusilada en plena calle después de haber intentado defenderse, empleando sus tijeras de costurera, de dos soldados franceses que pretendían abusar de ella. Finalmente, una última versión explica que la muerte de la joven tuvo lugar como consecuencia de la orden del general Murat de ejecutar a quienes portaran de navajas y tijeras por calle.

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Eloy Gonzalo
©FDV

Eloy Gonzalo

Aunque su estatua es una de las imágenes más icónicas del Rastro, presidiendo la concurrida plaza del Cascorro, su figura es, al mismo tiempo, una de las grandes desconocidas de la historia de Madrid. Huérfano y con una vida personal de lo más accidentado, Gonzalo fue reclutado para el ejército con 21 años y destinado a combatir en la Guerra de Cuba. En 1896, ante el asedio del regimiento español por parte del ejército cubano, se ofreció voluntario para incendiar el edificio que el enemigo utilizaba como bastión. Tan solo puso como condición que le ataran una soga alrededor del cuerpo para que, en caso de morir durante la misión, los españoles pudieran arrastrarlo y darle sepultura. Con ella, y armado de un bidón de gasolina, unas cerillas y un rifle, tal y como aparece representado en su popular estatua, Gonzalo consiguió liberar a sus compañeros, aunque fallecería meses más tarde como consecuencia de las heridas sufridas durante el ataque. En homenaje, el Ayuntamiento de Madrid decidió honrarle poco después levantando una estatua en su honor en el Rastro, esculpida por Aniceto Marinas e inaugurada por el rey Alfonso XIII, y dedicándole una importante calle en el distrito de Chamberí.

Clara del Rey

Clara del Rey

Mucho menos popular que Manuela Malasaña, Clara del Rey fue otra de las vecinas de Madrid que se sumaron a la resistencia frente a la invasión de las tropas de Napoleón en 1808. Desde el estallido del conflicto, esta heroína madrileña animó a su marido y a sus tres hijos a tomar las armas y a ayudar a los defensores de Madrid en el Parque de Artillería de Monteleón. Allí, junto a ellos, luchó Clara del Rey, sin despegarse ni un momento del lado de los cañones, hasta que una le alcanzó en la frente, dándole muerte. El informe oficial de víctimas del 2 de mayo de 1808 recoge que fue enterrada en el cementerio de la Buena Dicha, ubicado en el hospital del mismo nombre, hoy en día desaparecido, situado entre las calles Libreros y Silva. En el número 25 de esta última calle, en la fachada de la iglesia de la Buena Dicha, hoy podemos encontrar una lápida conmemorativa, que recuerda a esta heroína, al igual que la calle a la que da nombre en el barrio de Prosperidad.

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Daoíz y Velarde

Daoíz y Velarde

Luis Daoíz y Pedro Velarde esperan cada día en el barrio de Malasaña a cualquier visitante para contarle su historia. Estos dos capitanes fueron los dos primeros grandes héroes de Madrid en la guerra de la Independencia, cuando el 2 de mayo de 1808 se sumaron al levantamiento popular contra los franceses. El hecho de ser oficiales del Ejército animó al pueblo madrileño a pensar que la victoria contra el invasor, en principio más poderoso, era posible con la unión de todos y su acción heroica fue el germen de una lucha que se prolongaría durante años hasta la salida de las tropas de Napoleón entre 1813 y 1814. Daoíz y Velarde murieron en la misma jornada del levantamiento, defendiendo el cuartel de Monteleón que se alzaba en la ahora plaza del 2 de Mayo (el arco que se ve en la actualidad es la antigua puerta del edificio). Sin apenas armamento y sin refuerzos, ambos soldados organizaron una resistencia que duró horas hasta caer entre los disparos y bayonetas francesas. Aquel día no lograron la victoria, pero iniciaron el camino para conseguirla.

Los héroes del 11-M

Los héroes del 11-M

El 11 de marzo de 2004 Madrid escribía uno de los capítulos más negros de su historia: un ataque terrorista programado en cuatro trenes de Cercanías acababan con la vida de 192 personas y dejaba heridas a más de 1.850. Frente al horror de la masacre, aquel frío día permanecerá también en la memoria por la actuación ejemplar del personal sanitario y de emergencias, las fuerzas de seguridad, los bomberos y los cientos de voluntarios y héroes anónimos madrileños que, sin pensarlo dos veces, plantaron cara al terror y acudieron en socorro de las víctimas. Para el recuerdo colectivo queda también la reacción firme y unánime de las miles de personas que, escasas horas después de la tragedia, se manifestaron en masa por las calles de la capital para manifestar su repulsa como si de una sola voz se tratara ante lo sucedido. Una placa en la Real Casa de Correos, sede de la Comunidad de Madrid, rinde homenaje en la Puerta del Sol a estos cientos de héroes anónimos, a muy escasos metros de la placa dedicada a los héroes del 2 de mayo.

El Duque de Lerma

El Duque de Lerma

Quién piense que la corrupción urbanística es fruto de los tiempos que corren, solo tiene que echar un vistazo al pasado para comprobar que se equivoca. En el Madrid del siglo XVII tuvo lugar precisamente uno de los más sonados pelotazos urbanísticos de la historia. ¿Su autor? Francisco de Sandoval y Rojas, Duque de Lerma y valido de Felipe III, considerado por muchos como el “padre de la corrupción en España”. Y no es para menos. En su ánimo de enriquecerse, el Duque de Lerma convenció al monarca para trasladar la Corte de Madrid a Valladolid. Lo que no se sabe es si también le contó que previamente había adquirido unos terrenos en la capital castellana con el objetivo de alquilarlos a precio de oro a los funcionarios recién llegados en busca de alojamiento. Con el traslado de la Corte, fueron muchos los nobles que abandonaron su residencia en Madrid y que vendieron sus antiguos palacetes a un bajo precio. ¿Y quién aprovechó para comprarlos? Efectivamente, el Duque de Lerma, que nuevamente volvió a convencer a Felipe III para reestablecer Madrid como capital de España. Para celebrar su gesta, se construyó el Palacio de Uceda, más grande que el entonces Alcázar Real, que hoy alberga la sede del Consejo de Estado, en la calle Mayor esquina con la calle Bailén.

Luis Candelas

Luis Candelas

Héroe para algunos y villano para otros, la historia de Luis Candelas es de esas que no dejan indiferente a nadie. A comienzos del siglo XIX, nacía en el barrio de Lavapiés este famoso ladrón y bandolero, cuyas fechorías protagonizarían numerosas páginas de la prensa de la época. De aspecto apuesto y con fama de seductor, Candelas era de la opinión de que la riqueza no estaba bien repartida en el mundo, por lo que creía justo desposeer de algunos de sus bienes a los más ricos para “establecer un mejor equilibrio”, una filosofía con la que justificaba su picaresca. A pesar de haber frecuentado la prisión desde su adolescencia, el bandido contaba con una habilidad especial para esquivar la cárcel de múltiples maneras. Según cuentan, como si del doctor Jeckyll se tratara, de día Candelas se hacía pasar por un acaudalado terrateniente de regreso de Perú, mientras que al caer el sol daba rienda suelta a multitud de timos, robos y asaltos junto a sus secuaces, por los que era considerado como un héroe indiscutible. Un buen día, su buena fortuna llegó a su fin y fue apresado y condenado a muerte. “Como hombre he pecado, pero nunca he manchado mis manos con la sangre de otros. ¡Sé feliz, patria mía”, fueron sus últimas palabras antes de ser ajusticiado en el garrote vil. Hoy su leyenda pervive a través de la conocida taberna a la que da nombre bajo el Arco de Cuchilleros.

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Fernando VII

Fernando VII

Nada podía hacer presagiar a los vecinos de Madrid la que se les venía encima cuando, en mayo de 1814, tras seis años de guerra contra los invasores franceses, aplaudían con fervor la llegada al trono de Fernando VII. “El deseado”, como todavía se le apodaba por entonces, no tardaría sin embargo en convertirse en “El rey felón”, por su traición al pueblo al derogar la Constitución de Cádiz y volver a instaurar la monarquía absoluta tras ser coronado como rey. El descontento popular impulsaría en 1820 el pronunciamiento del general Riego y una serie de sublevaciones en todo el país en contra del absolutismo, que obligaron al monarca a jurar la Constitución pronunciando su famosa frase “Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional”, mientras los liberales entonaban con sarcasmo canciones como el “Trágala, trágala”. Comenzaba así el Trienio Liberal, un corto espejismo de libertades, que concluiría en 1823, cuando el rey volvía a restaurar su tiranía. Recordado como un auténtico villano, Fernando VII cuenta con una estatua en su honor, La Fuentecilla, en la confluencia de las calles Toledo y Arganzuela.

El marqués de Esquilache

El marqués de Esquilache

A lo largo de su historia, Madrid ha conocido pocas revueltas populares tan masivas como la vivida en marzo de 1766. Leopoldo di Gregorio, marqués de Esquilache y mano derecha del rey Carlos III, fue el gran objetivo de las críticas y protagonista de un motín que acabó con el político en un barco de vuelta a Italia, país que le había visto nacer. Desde luego, su condición de extranjero no ayudó mucho a su popularidad entre el pueblo español, pero menos algunas medidas que llevó a cabo para ‘modernizar’ Madrid. La gota que colmó el vaso fue el bando sobre vestimenta que publicó el 10 de marzo de 1766, con el que prohibía el uso de la capa larga y del chambergo, el clásico sombrero de la época, con el argumento de que permitían ocultar armas y enmascarar el rostro, lo cual facilitaba la consecución de delitos. El pueblo madrileño lo vio como un intento de imponer una moda foránea y se lanzó a la calle contra el marqués pidiendo su destitución. Contra él pesaba, además, el hecho de haber aumentado los precios de alimentos básicos, dejando una grave crisis de hambruna en la ciudad; y la lucha de poderes dentro de la Corte, con muchos intereses que animaron a escondidas el levantamiento popular. El motín, extendido incluso a otras ciudades aparte de Madrid, terminó con el marqués en el destierro y con un lamento histórico expresado por él mismo: “Yo he limpiado Madrid; merecía que me hiciesen una estatura. En lugar de esto, me ha tratado indignamente”.

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El cura Merino
©Museo del Romanticismo

El cura Merino

Martín Merino es uno de los personajes más intrigantes que ha dado la historia de Madrid. Apodado como el ‘cura Merino’ y conocido como ‘el regicida’ o ‘el apóstata’, su carácter liberal le llevó a abandonar su convento franciscano para luchar en la Guerra de la Independencia, para después tener una vida más dedicada a enriquecerse aprovechando su condición de cura que a ejercer realmente como tal. De hecho, fue expulsado de varias iglesias por su mala conducta. Pero si por algo ha pasado a la historia fue porque en la mañana del 2 de febrero de 1852 decidió acudir al Palacio Real, vestido de sacerdote para no levantar sospechas, y encontrarse con la reina Isabel II, a quien, sin motivo aparente, apuñaló en el pecho. Por fortuna, el corsé y los adornos del vestido de la monarca amortiguaron el golpe y, aunque malherida, pudo salvar su vida. El cura fue detenido y tras un juicio rápido fue condenado a muerte. La sentencia, por garrote vil, se ejecutó en lo que hoy es el parque Enrique Herrero, justo al lado de las instalaciones deportivas del Canal de Isabel II. Hay que decir que la historia nos ha dejado otro ‘cura Merino’, ‘el bueno’, llamado Jerónimo Merino, quien, harto del trato que las tropas francesas daban al pueblo español, decidió convertirse en uno de los principales guerrilleros de aquella época turbulenta que vivió España.

Napoleón y su hermano 'Pepe Botella'

Napoleón y su hermano 'Pepe Botella'

Napoleón Bonaparte y su hermano José son considerados como dos de los grandes enemigos históricos del pueblo madrileño. El primero se pasó por Madrid a finales de 1808 para supervisar personalmente el control de la ciudad  y para asegurarse de que levantamientos como el del 2 de mayo se quedaran en una simple anécdota. Se alojó durante tres semanas en lo que entonces era el pueblo de Chamartín de la Rosa, ahora integrado como distrito en la capital, lugar desde donde esgrimió la estrategia militar de las tropas francesas en España. Le dio tiempo a escribir varios bandos de amenaza al pueblo de Madrid, para que respetase al máximo a José I Bonaparte, proclamado como rey de los españoles. No lo tenía fácil Napoleón con su hermano, cuya impopularidad y e ineficacia para ganarse el cariño de los ciudadanos le pesaron demasiado en sus cinco años de reinado. En Madrid era llamado despectivamente como ‘Pepe Botella’, por su supuesto amor al alcohol; o ‘Pepe Plazuelas’, por su inusitado interés en crear plazas en la ciudad. “Me has hecho rey de doce millones de españoles que me detestan”, le dijo una vez a Napoleón. El apellido Bonaparte, derrotado, abandonó Madrid y España en 1813 dejando un pésimo recuerdo en la memoria.

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