Si te estás imaginando uno de esos locales típicos de Nueva York de maneras afrancesadas y con una oferta gastronómica capaz de conquistar todo tipo de paladares (y bolsillos), vamos bien. Es justo lo que encuentras al atravesar la entrada del recién llegado Tribeca Bistró, ubicado en una de las zonas más atractivas del barrio de Salamanca. A escasos metros de Cibeles, la Puerta de Alcalá y la concurrida calle Recoletos, te espera una propuesta –sin pretensiones– que cuenta con muchos atractivos, lo que hace que estés pensando en volver incluso antes de haber empezado a ojear la carta de cócteles.
Pero vayamos por partes. Se trata del sueño hecho realidad del mexicano Diego Santa Rosa, formado en la reconocida escuela Luis Irizar y curtido en proyectos tan dispares como Casa Urola (San Sebastián) o los madrileños Her y Hotaru. Aunque conviene aclarar que no es a él a quien te vas a encontrar en los fogones, sino a Pepe Catà (ambos coincidieron en el donostiarra 887). Este último es el encargado de defender con solvencia ese recetario clásico europeo que, bien ejecutado, es capaz de hacer muy feliz, por igual, a foodies y gastrónomos. Sobre todo a los que agradecen poder comer muy bien, con un servicio atento y en un espacio acogedor sin tener que sobrepasar los 45-50 euros.
Bastan unos minutos en la sala, que dirige con profesionalidad el propio Santa Rosa, para sacar una primera conclusión. Aquí hay que pedir, sí o sí, el steak tartar. Básicamente porque no falta en ninguna mesa. Es una de las elaboraciones –perfecta para compartir entre dos– que trabajan y emplatan a la vista del comensal. Lo preparan con carne de solomillo de vaca rubia gallega (picada a cuchillo), cebolleta fresca, el aliño de la casa (a base de mostaza a la antigua con alcaparra y pepinillo), cebollino, yema de huevo, sal, pimienta, aceite de oliva y tabasco. Un bocado tan acertado como sus entrantes: el brioche de mantequilla cítrica y la tosta de tartar de gamba roja y salsa americana.
Mantienen el nivel con los principales. En nuestro caso, un lenguado a la meunière –de buenas dimensiones– que estaba perfecto de punto, que nuevamente trabajaban en sala y que, gracias al pan de Amasa, prácticamente te obligaba a no dejar absolutamente nada en el plato. Te deja tan buenas sensaciones que te hacen presagiar que en este clásico contemporáneo también aprobarán con nota su hamburguesa Café de París, la lubina a la vasca o, por qué no, el cordero asado. Lo decimos porque todo parece estar bastante rodado a pesar de que su joven equipo solo lleva tres meses lidiando con un público que se compone de parejas, comidas de negocios y familias que están de paso por Madrid.
Todos ellos tienen cabida en un local que se divide en dos plantas y que cuenta con mesas altas y bajas, pero también con una barra que ha sido diseñada para que los amantes de la coctelería clásica puedan seguir disfrutando –tras el festín– de su Negroni, Moscow Mule o Cosmopolitan (todos a un precio de 12 euros) hasta bien entrada la madrugada. Pero todo eso será después de haber devorado una mousse de chocolate, con sal en escamas y aceite de oliva, que, con razón, tampoco falta en ninguna de las comandas. Da igual si eres de los que jamás piden postre o no te consideras súper fan del chocolate, haznos caso y pídelo.
Por cierto, también se agradece encontrar en la carta de vinos de Tribeca Bistró referencias de referentes enólogos como Verónica Ortega o Raúl Pérez, que se cuelan entre interesantes vinos de Borgoña o infalibles Champagne. En total no habrá más de 60 o 70 opciones, pero es una selección más que suficiente para el concepto, de hechuras clásicas pero cero encorsetado, y el tipo de cocina que aquí proponen. Por fin un bistró que realmente lo es. Chapeau.