1. La Patética. Bárbara Sánchez Palomero
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  2. La Patética. Bárbara Sánchez Palomero
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  3. La Patética. Bárbara Sánchez Palomero
    La Patética. Bárbara Sánchez Palomero

Reseña

La Patética

5 de 5 estrellas
  • Teatro
  • Crítica de Time Out
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Time Out dice

Han pasado cuatro largos años desde el cierre del proyecto Pavón Teatro Kamikaze, que fue todo un revulsivo para la escena teatral madrileña, y uno de sus artífices, Miguel del Arco, desde entonces había estado alejado de los teatros, si no contamos su incursión en la ópera, porque montó Rigoletto en el Teatro Real en 2023. Precisamente la música clásica es piedra angular de esta vuelta a los escenarios, en un montaje portentoso donde vuelve a demostrar cómo de bien hilvana textos suyos y de otros en un ejercicio dramatúrgico de incontestable precisión; cómo de bien conoce, maneja, domina los mecanismos del espectáculo; y cómo de bien sabe rodearse para alcanzar un resultado casi operístico donde solo falta la orquesta. Pero siendo esto teatro y no ópera, basta con mentarla e imaginarla, y todo el público, bajo la batuta de Israel Elejalde, se convierte en mágica suma de vientos, metales y percusión.

La Patética es el sobrenombre por el que es conocida la sexta y última sinfonía compuesta por el músico ruso Piotr Ilich Chaikovski. Y es también la obsesión de un director de orquesta de 53 años que está ultimando la grabación de la obra cuando le sorprende la enfermedad. Director y compositor (a los que dan vida magistralmente Elejalde y Jesús Noguero) conforman una pareja que emprende, juntos como Dante y Virgilio, un descenso a los infiernos del dolor y la muerte, la memoria, el sentido del arte, su relación con lo político, la identidad, el amor por la música, las mezquindades del circo mediático o los peajes de la clases social, que es tan profundo como divertido, elevando el conflicto y la convivencia entre drama y comedia a cotas inigualables. Pero insistamos en el valor del trabajo en equipo, porque las tres batutas (la de Chaikovski, la de Elejalde y la de Miguel del Arco) no son nada sin la labor valiosísima siempre y aquí hermosa y ajustada de Paco Azorín en la escenografía, David Picazo en la iluminación (lo de este hombre es magia pura), Ana Garay en el vestuario o Sandra Vicente y Arnau Vilà en sonido y composición musical respectivamente.

Y sobre todo, y por encima de todo, la labor actoral, porque cuaja aquí un conjunto donde encontramos versatilidad para afrontar personajes "de relleno" que se dan en dos trazos con momentos álgidos de cada uno de ellos, empezando por la pareja protagonista, que nunca alabaremos lo suficiente, y siguiendo por Jimmy Castro como pareja del protagonista (todo el discurso sobre la cuestión de la homosexualidad tiene mucha chicha), y un trío de quitarse el sombrero y alfombra a sus pies (sin desmerecer a Manuel Pico, que tiene menos donde lucirse): lo que hacen Fran Reyes (ese crítico), Inma Cuevas (esa madre) y Juan Paños (ese padre, ese Putin, lo que le echen, con su insultante juventud) es para enmarcar.

Un montaje redondo, en definitiva, que nos trae de nuevo, y ya era hora, al mejor Miguel del Arco.

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