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La vida a palos. Testamento

  • Teatro
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Time Out dice

Qué extraordinario actor es Imanol Arias, y qué pena que lleve 24 años sin prodigarse por los escenarios. Guadalupe Lancho es una intérprete versátil, completa, con una voz cantada maravillosa y una presencia mágica. Es un lujo escuchar en directo a un flamenco como Raúl Jiménez, acompañado por un fantástico músico como Batio. A Aitor Luna parecen faltarle horas de vuelo con esta propuesta, pero se ve venir que acabará haciéndola suya. Estos son, en definitiva, los mejores valores de 'La vida a palos', un montaje al que le sobra talento en escena y le falta un concepto sólido al que aplicarlo. 

Y es que la simple yuxtaposición (de profesionales, recursos, estéticas o citas literarias) no es garantía de un buen espectáculo. En el caso del texto, quizá su mayor hándicap sea que no ha sabido librarse de su origen: el libro homónimo del periodista Pedro Atienza. Sobre el escenario pesan como una losa el desplazamiento de la acción a tiempos y espacios pretéritos o paralelos, y el exceso de narraciones que, como bien afirman en un momento del montaje, acaban pareciendo una sucesión de anécdotas. Las escenas, cuando ocurren, carecen de conflicto o este no tiene la suficiente fuerza como para sostenerse por sí mismo. Eso, por no hablar del abuso a la referencia culta y al contexto del mundo artístico, en lo que parece un muestrario de problemas de gente creativa que no logra apelar al común de los mortales. Pasaremos por alto el 'efecto Pitufina': entendemos que el contexto original (el mundo flamenco de mitad del siglo XX) no brillaba por su apuesta por la igualdad. 

La puesta en escena no hace sino abundar, desde sus propias herramientas, en estos problemas de planteamiento. La mezcla de códigos no empasta: hermosas e impecables proyecciones a lo Bill Viola, entre las que se intercala la suciedad industrial de la cámara al hombro sobre el escenario, la estética de reminiscencia 'butoh', los faralaes, el travestismo, unos brazos hiperbólicos suciamente extraídos del escenario, todo ello sobre un panel que nada simboliza o sintetiza. Aisladamente, nada podría hacer saltar las alarmas; todo junto, parece un brainstorming creativo sobre el tema original. A esto se le suma que el espectáculo tiene cinco o seis finales consecutivos. El buen hacer de los intérpretes no salva la sensación de que algo se está alargando innecesariamente. 

Tiene que haber un motivo para contar la vida de una persona sobre el escenario. Algo ha de tener de extraordinario o de terriblemente ordinario. Seguramente la de Pedro Atienza fue increíble, pero eso solo lo saben los que ya la conocían; para un recién llegado, este montaje no dibuja nada que nos lleve más allá del tipo y lo convierta en humano. Una pena. 

Autores: Pedro Atienza y José Manuel Mora. Dirección: Carlota Ferrer. Intérpretes: Imanol Arias, Aitor Luna.

Escrito por
Pilar G. Almansa

Detalles

Dirección
Precio
18,75-26,25€
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