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Primera sangre

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  • Teatro Valle-Inclán, Lavapiés
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  2. Primera sangre (Teatro Valle-Inclán).
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Time Out dice

4 de 5 estrellas

María Velasco demuestra su madurez como creadora escénica con un relato que invoca a una niña secuestrada y asesinada en los años noventa en Burgos

Uno de los mayores escollos para alcanzar la igualdad entre hombres y mujeres está en el miedo. Muy a trazo grueso, diríamos que unos lo infunden y otras lo sufren, aunque ni todos los hombres lo hagan ni todas las mujeres lo perciban. Pero está claro que la gran mayoría de ellas pasan su vida con un compañero de viaje indeseable, uno que tienen que acomodar a su día a día. El miedo –solo hay que ver los recientes casos célebres de abusadores y acosadores en los entornos artísticos– está cambiando de bando, y está bien que así sea. 

Aquí Velasco depura y afina la lírica escénica y visual

Dicho esto, María Velasco nos lleva de vuelta a su infancia, a esos años noventa del pasado siglo donde, con la llegada de las televisiones privadas, llegó el sensacionalismo para multiplicar por mil una impresión real de indefensión con la que había que aprender a vivir. Son los años de las niñas de Alcàsser o los años de Laura, una niña de nueve años que apareció muerta en Burgos, donde pasó su infancia la autora y directora de este montaje, que tenía entonces esa misma edad. Aquel caso no encontró resolución. Nunca descubrieron al asesino. 

El relato nos llega, como es habitual en María Velasco, fragmentado en varias voces y colmado de poesía entreverada de una descripción caústica de la realidad. Más que en otros montajes anteriores, aquí Velasco depura y afina la lírica escénica y visual, mientras que la palabra está más desnuda de florituras y se muestra afilada, depurada y amenazante (“prefería ir al infierno que al recreo”, dice la pequeña María, trasunto de la autora, en la voz de la actriz Valèria Sorolla, que hace un trabajo realmente inquietante). Hay un tempo escénico al que cuesta acostumbrarse, porque más que nunca la obra crea su propia forma de tiempo y no tiene mucho que ver con la realidad (¡menos mal!), pero se termina entrando en esa atmósfera entre misteriosa y espectral. Sea como sea, hay momentos de gran belleza que se puede paladear aunque notes una pequeña punzada en el estómago, porque la historia al final es terrible. 

A favor de una experiencia teatral incómoda y satisfactoria, que deja un rastro de sangre

Es una función donde cada elemento ha entrado para diluirse y generar una totalidad amasada con paciencia y bien empastada. El espacio sonoro de Peter Memmer es tan importante como el trabajo coreográfico de Joaquín Abella, la iluminación de Marc Gonzalo igual de esencial que el vestuario diseñado por la propia María Velasco, las esculturas de Enrique Marty y los visuales de Miguel Ángel Altet contribuyen al desasosiego, todo en un espacio claramente estratificado y rico en simbolismos, firmado por Blanca Añón. Y claro, las actrices, excepcionales, con mención especial para Fran Reyes, siempre tan convincente, y para María Cerezuela, tan pequeña y tan rica en recursos. Todo a favor, en definitiva, que parece una norma y es una excepción. A favor de una experiencia teatral incómoda y satisfactoria, que deja un rastro de sangre.

Escrito por
Carlo Ferri

Detalles

Dirección
Teatro Valle-Inclán
Plaza de Lavapiés s/n
Madrid
28012
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Lavapiés (M: L3)

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